XIV- Embarcadero
Hay un embarcadero en mi playa
en cuyo lecho me acunaré a dormir.
Un embarcadero
que se enfrenta al viento fiero,
al paso del tiempo, y al fin.
Está hecho con tablones de madera
con barcas y botes a su vera
edecanes de un cuerpo senil.
Frente a él, “la Mona” cual torreta
actúa de sereno y de alguacil,
mientras el cabo a su espalda
protege entre sombras su alma
de hospedaje de postín,
y sus pilares a media agua
son su vereda y su ancla
bajo un cielo de jazmín.
Hay un embarcadero, en mi playa,
que al alba siempre es vigía,
protector de una bahía
que acogió mi cuerpo bergantín,
en aquellas noches de vigilia
donde mi piel serena y tibia
fonda hizo en su desliz.
Hay un embarcadero, en mi playa,
brisa suave frente a mi grito hostil,
a quien hacen reverencia las aves
mientras las olas son copa y vid,
y su figura es estopa
de una cala que me honra
con su luz y su tapiz.
Una cala donde mora
el embarcadero en cuya eslora
mi alma es vestigio y raíz.
Hay un embarcadero, en mi playa,
al que siempre regreso,
y del que nunca partí.