Anti-intelectualismo

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Morton White en sus Reflexiones sobre el anti-intelectualismo distingue lo siguiente: “En primer lugar, está el anti-intelectual que cree que existe un contraste entre el hombre intelectual y el práctico; es hostil al intelectual en cuanto intelectual. En segundo lugar, está el anti-intelectualista que se opone, ve fallas o disputa la primacía del proceso intelectual. El anti-intelectualista cree que hay otros o mejores medios para obtener el conocimiento. Este segundo grupo puede dividirse aún más: los súper-racionalistas cuya pretensión de acceso a la verdad se basa en una facultad particular de introspección. Como esta facultad es innata e incapaz de ser enseñada, este grupo es, por definición, exclusivo. Es propio de las sociedades pre-intelectuales. La segunda división comprende a los sub-empiristas, aquellos que operan sobre la “intuición”, el “instinto” y el “sentido común”; por definición, esta facultad es común a todos y es la antítesis del elitismo y la exclusividad. Esto es propio de los tiempos post-intelectuales”.

Hay que diferenciar entre inteligencia e intelecto. La inteligencia es una excelencia de la mente que se emplea dentro de un rango ajustado, inmediato y predecible; es una cualidad operativa, adaptable y práctica, una de las virtudes animales más eminentes y admirables. La inteligencia trabaja dentro de un marco de objetivos limitados y claramente establecidos, cuyo uso universal hace que sea admirada tanto por mentes simples como complejas. La inteligencia no es sólo un privilegio humano, se dan comportamientos inteligentes en el resto del mundo animal. El intelecto, por otro lado, es el lado crítico, creativo y contemplativo de la mente. Mientras que la inteligencia busca captar, reordenar, ajustar, el intelecto examina, reflexiona, se pregunta, teoriza, critica. La inteligencia capta el significado inmediato de una situación y la evalúa. El intelecto valora la realidad y busca los significados de las diversas situaciones que se dan en ella como un todo. El intelecto sí es una singularidad intrínsecamente humana. El valor de la inteligencia nunca se cuestiona, el del intelecto sí. Hay preferencia por la inteligencia por considerarse más pragmática, útil, eficaz. El intelectual divaga, cuestiona, sobreanaliza y expone contradicciones profundas que en general son incómodas o difíciles de entender. Pero el intelectual no sólo vive en el escepticismo, también juega con la mente: este juego proporciona un goce, un disfrute en el acto mismo del aprendizaje. El intelectual se recrea en su propia intelectualidad con alegría y pasión. Recordemos lo que decía Schiller: “El hombre es perfectamente humano sólo cuando juega”.

¿Cuál es el destino del intelecto en la sociedad? Normalmente hablamos del intelecto en términos vocacionales, lo consideramos como un atributo de ciertas profesiones o vocaciones: escritores, críticos, profesores, científicos… Aquí se puede observar una confusión entre intelecto e inteligencia. Hay muchos profesores, académicos, científicos, escritores que no son intelectuales; con ser inteligentes les vale de sobra para ejercer sus profesiones de manera eficiente. Dedicarse a profesiones con altas dosis de erudición no convierte a alguien repentinamente en intelectual. Max Weber escribía en su texto La política como vocación: “Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive «para» la política o se vive «de» la política”. Parafraseándolo podríamos decir que el profesional inteligente vive «de» sus ideas; su rol, sus habilidades no lo convierten en un intelectual. Es un trabajador mental, un técnico. Sus destrezas, aptitudes o competencias le pueden llevar a realizar fines determinados de manera inteligente, provechosa y rentable, pero no lo transforman en un intelectual. Es en el vivir «para» sus ideas donde el intelectual se hace patente, con fines no sólo determinados por una consecución laboral, técnica o externa sino por el placer mismo del conocimiento, de una filosofía vital, interna e individual basada en el aprendizaje, la curiosidad, la capacidad crítica, la libre especulación, la observación reflexiva… Según Weber las dos características se pueden dar “idealmente” a la vez, por lo tanto hay veces que uno puede vivir «de» sus ideas y «para» sus ideas. Estos ejemplos siempre han escaseado.

Volviendo a la definición de White, está claro que vivimos en una época post-intelectual (o meta-intelectual) donde el escepticismo intelectual ha virado en una mezcla perversa de espontaneismo empírico, ideología cínica, desconfianza total y validez global de cualquier opinión (el sentido común es hoy opinión común). La primacía de lo instintivo, lo intuitivo y lo espontáneo tiene una relación directa con el sistema económico: el (auto)emprendemiento. Tenemos la necesidad de estar en permanente reestructuración. Hay que diversificar. Crear. Inventar. Rendir. Parar es malo. Pensar en exceso puede distraerte. La mente ociosa es el patio donde juega el diablo. El mal acecha a los vagos, a los inoperantes, a los improductivos. Una aguda capacidad crítica propia te puede “desviar” de tus propósitos. El intelecto en stand-by (o directamente desconectado). Hay que tener “instinto”. Tienes que olerte la tostada. Intuye (predice) lo que va a pasar en el futuro para desarrollar mejor tu empresa, tu familia, tu economía… Al no fomentar el intelecto de manera pausada, reflexiva y analítica, suelen aparecer puntos de vista críticos que, instintiva y espontáneamente, se transforman en conspiranoias (algunas con una mínima base y otras realmente delirantes). Esta espontaneidad también tiene que ver con el ritmo cíclico y acelerado (contradictoriamente estancado en su supuesto avance tecnológico desde hace tiempo) de las redes comunicativas, sociales e informativas cibernéticas que se resumen en click! El hedonismo actual es el click. Con un click tenemos todo. Comida. Gadgets. Libros. Pelis. Noticias. Un universo infinito a nuestro alcance con un movimiento mecánico. De nuevo, la capacidad intelectual analítica, crítica, reflexiva ni está ni se le espera. La dopamina que segregamos con estos clicks nos vuelve adictos a un espacio “virtual” en el que todo está enrevesadamente mezclado, todo es confuso, un artículo sobre la vida secreta de las plantas te puede redireccionar a otro sobre artes marciales a su vez a un video promocional de un nuevo restaurante a su vez a la biografía de una actriz de cine mudo a su vez al porno gonzo a su vez a comprar las entradas para el espectáculo del sábado que habías olvidado… Nos encantan los hyperlinks. Así pasamos horas (literalmente) muertas.

Nos movemos en inmediateces que superan la velocidad del propio pensamiento; no queremos perder el tiempo en procesos intelectuales y tediosos de investigación, búsqueda, análisis… ¿para qué? Hay que ahorrar tiempo y esfuerzo, para vivir “virtualmente”. El cinismo oportunista (no confundir con la maravillosa secta del perro) es la escuela filosófica de hoy. Ser un cínico te predispone a moldear tu carácter en los tiempos de posverdad. “Esto es lo que hay”. “No se puede hacer nada”. Cambiar de chaqueta y discurso cuando más convenga, no por convicción intelectual sino por mero ventajismo “inteligente”. La visión cínica “cuñadista” fundamenta sus tesis en la desconfianza. La idea de progreso renacentista o clásica ha ido devaluándose en la posmodernidad. Hemos sido conscientes de que el progreso no siempre es bueno. Sobrepoblación. Falta de recursos. Desigualdad. Sobreexplotación laboral. Abuso del planeta. Por lo tanto hay que desconfiar de todo. Que no te la metan doblada. Estate atento. Piensa por ti mismo. Eso sí, no te esfuerces por investigar, leer, adquirir cultura. Todos esos autores y sus libros intentan controlar tu forma de vivir. La paradoja está servida. Cínicos dando consejos al estilo de la autoayuda más perogrullesca. ¿Cómo vamos a salir de la ignorancia/alienación en que vivimos? Dos visiones se imponen. La prometeica o post-trans-humanista: por nosotros mismos, con nuestra capacidad súperhumana y “robinsoniana”, sin ayuda, sin cultivarnos, de una manera cuasidivina. Y la cínica nihilista: no hay manera de salir, estamos alienados y hay que aceptarlo, nada sirve, no me preocupa, búscate la vida, que cada uno se coma su mierda.

Hay quienes piensan que el conocimiento viene ex nihilo, que es innato (pre-intelectualismo). Sin necesidad de leer un libro saben cosas que han aprendido porque sí, nunca se han dejado influenciar. Creen (ingenuamente) que sus familias son asépticas ideológicamente y les han criado sin prejuicios, sin doctrinas ni dogmas que luego siguen a rajatabla o contra los que se rebelan irremediablemente. Tratan de rodearse de círculos sociales “apolíticos”. Todos tienen lavado el cerebro salvo ellos. Cuando les preguntas si son conscientes de sus condiciones materiales te miran raro (los más “espabilados”, que algo han hojeado, te tachan de comunista). Todo lo que no tenga que ver con sus “valores morales” es el diablo ideológico que viene a corromper su “alma” incorrupta, pura y virtuosa. Pero al final, en una suerte de estigma puritano, sucumben al pecado y a la vileza consumista e ideológica. Entre los infinitos documentales de las múltiples plataformas, los artículos de sus periodistas de cabecera, videos de sus “influencers intelectuales” favoritos y algún que otro tuit van sobrados. Si alguien apoya sus argumentos en bibliografía variada es directamente sospechoso de no tener ideas propias. Está de moda el espontaneismo epistemológico o empírico. “Esto es así porque me ha pasado a mí”. “Conozco a alguien en el trabajo que…” “A mi primo le ocurrió…” “Mi pareja resulta que…” Elevar a categoría universal la experiencia individual (propio de una sociedad victimista amante del reality show). “Esto es así porque lo digo yo”. “Además ¿quién eres tú para decirme lo que debo pensar u opinar? La opinión es libre y puede opinar cualquiera”. “¡Viva la libertad de expresión! (siempre que no mentes a mi familia)”. Todo esto resulta en la excesiva polarización en la que nos encontramos. O estás conmigo o estás contra mí. Blanco o negro. No hay matices. La única verdad. El proceso intelectual no existe. O se disfraza de intelectualismo barato al sol ideológico que más calienta. Estas confrontaciones “dialécticas” se dan como ejercicios gimnásticos para liberar tensiones o frustraciones vitales varias. Es revelador como estos “cuñados profesionales” que se desahogan llenos de soberbia en redes sociales o antros similares, en casa y en el trabajo agachan la cabeza y tragan saliva con dificultad.

Las antiguas ratas de biblioteca (alguna queda) se tomaban muy en serio su intelectualismo. Las ratas de biblioteca han mutado (cibernéticamente) a ratas de wikipedia. Es mucho más sencillo y pierdes menos tiempo si buscas algunos conceptos resobados y trillados en el oráculo enciclopédico de la Red que si lees libros. Ejemplos: uno de los conceptos favoritos de los liberales de salón es la mano invisible de Adam Smith, que viene mucho mejor resumido, triturado y pasado por el chino en forma de papilla en la Red global. Si estos bebés intelectuales se tuviesen que calzar La riqueza de las naciones se atragantarían intentando buscar esa mano espectral. Escribiendo en nuestro buscador favorito “jaula de hierro weber” llegamos al batido azucarado que nos sacia nuestra sed de sabiduría. ¿Quién, en su sano juicio, va a perder el tiempo leyendo el tocho La ética protestante y el espíritu del capitalismo? Además, en la (impresionante) edición de Fondo de Cultura Económica traducen (con fidelidad al original weberiano) el concepto como “caparazón duro como el acero” para confusión de estos wikiadictos. El término marxista “fetichismo de la mercancía” da mucho juego en catas de cervezas artesanales y talleres socioculturales pero ¿quién ha leído El Capital (o tan siquiera el primer libro)? Es difícil elegir entre las ediciones de Akal, Siglo XXI o la antología de Alianza (yo prefiero la de mi tocayo). Además son productos “caros”. Cada vez que buscamos “fetichismo de la mercancía” en un móvil de fabricación china deberíamos entrar en el sorteo de algunos de estos volúmenes.

Andrew Keen comenta en su libro The cult of the amateur: “Wikipedia es una enciclopedia online donde cualquier persona con pulgares oponibles y una educación primaria puede publicar cualquier cosa sobre cualquier tema, desde AC/DC hasta el zoroastrismo. Desde el nacimiento de Wikipedia, más de quince mil contribuyentes han creado casi tres millones de entradas en más de cien idiomas diferentes, ninguno de ellos editado o examinado para verificar su precisión. Con cientos de miles de visitantes al día, Wikipedia se ha convertido en el tercer sitio más visitado de información y actualidad; una fuente de noticias más confiable que los sitios web de la CNN o la BBC, aunque Wikipedia no tiene reporteros, ni personal editorial, ni experiencia en la recopilación de noticias. Son los ciegos guiando a los ciegos: monos infinitos que brindan información infinita para lectores infinitos, perpetuando el ciclo de desinformación e ignorancia”. La supuesta democratización del conocimiento que ofrece wikipedia nos hace tener un análisis completamente acrítico sobre su funcionamiento. Además, cualquier reproche como el que hace Keen tendrá la típica respuesta: “como si los antiguos mamotretos enciclopédicos o los mass media fueran más fiables con su personal editorial o su experiencia, normalmente corrompidos por grandes empresas, élites académicas, corporaciones o políticos”. Es cierto que el uso de la (des)información por parte de los medios tradicionales ha generado una desconfianza total y una polarización ideológica, pero desgraciadamente los medios contemporáneos han hecho que nos entreguemos ciegamente al amateurismo y el anonimato como fuentes de fiabilidad cultural, científica o educativa.

Hay que reconocer que la élite intelectual ha ayudado a forjar este anti-intelectualismo. Hay un contraste enorme entre el trato infantilizado que se da a ciertas obras para que sean más populares, y la hipererudición que hace oscuras e ininteligibles algunas otras. A veces la sobreinterpretación hermenéutica se hace bola y no facilita el entendimiento de determinadas cuestiones (mis textos pueden ser un ejemplo), pero no hay que engañarse: la intelectualidad ha sido, es y será una élite. El pensar, analizar e ir más allá en determinadas interpretaciones filosóficas, científicas o académicas siempre ha sido llevado a cabo por una minoría selecta. El asunto no está en adoctrinarse en una sofocracia platónica consumiendo sólo una única forma de pensar, interpretar o deducir. Tampoco en aislarse en un purismo aristocrático y asomar de vez en cuando la cabeza para lanzar soflamas moralistas desde una atalaya quimérica. En la diversidad filosófica, los matices interpretativos y la indagación comparativa está la riqueza intelectual para escapar de clichés, estereotipos, cretinadas o perogrulladas simplistas y poder salir del conformismo, la resignación y la sumisión habitual.

Richard Hofstadter subrayaba en su apoteósico y monumental libro Anti-intellectualism in American life: “Lo que está en juego para los individuos es, como digo, una elección personal; pero lo que es importante para la sociedad en su conjunto es que la comunidad intelectual no se polarice irremediablemente en dos partes, una parte de técnicos preocupados únicamente por el poder y aceptando implícitamente los términos que el poder les impone, y la otra de intelectuales intencionadamente alienados más preocupados con mantener el sentido de su propia pureza que con hacer efectivas sus ideas”.

Cultura viene del latín cultus, participio del verbo colere (cultivar, habitar). El hecho de cultivar y habitar el intelecto es profundamente individual. Es un proceso introspectivo. Mirar dentro de uno mismo es tremendamente complicado, porque requiere de aptitud (y actitud) crítica, y de claridad sobre los intereses que mueven a cada uno. Se carece de autocrítica porque lo que se denomina así es, en realidad, un parche para “mejorar” profesionalmente o valorar amargamente los fracasos. No es crítica, es adaptación. Adaptarse es una obligación darwiniana, pero esa adaptación se suele convertir en mímesis. Aceptamos los convencionalismos sociales porque sí. Es lo que toca. Es lo que debo hacer. Es lo normal, lo establecido, la costumbre, la ley. Nuestros intereses son intereses impuestos, prefabricados, ineludibles. De repente despertamos una mañana, nos miramos al espejo y nos preguntamos: “¿Qué he hecho?”. El espejo nos devuelve una mirada llena de vacío.

Sapere Aude

* Gracias a Carol por su inestimable ayuda en la revisión y corrección de este texto.


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