VIII – BARRIOS

VIII – Barrios

Los barrios mueren,
igual que lo hacen algunas personas:
a los ochenta años,
sumidos en el desengaño,
en el desánimo, y solos,
pero sin cementerio.

Lo hacen lentamente,
sin abalorios,
dejando los recuerdos desiertos
sin nadie que acuda a su velatorio
y las calles con hemisferios.

Primero mueren sus tiendas
luego lo hacen sus destierros,
luego mueren sus cines
y al finalmente sus recuerdos.

Con ellos se marchan su quietud
sus plazas teñidas de acufenos,
con voces de niños
con voces de ancianos
con voz de serenos.

Los barrios mueren asfixiados por muros
mientras las ciudades envilecen
ahogadas bajo la sombra de un humo
donde el barrio que antaño fue hueste
de un sonido identitario de fuente,
hoy es fuente de difuntos.

En el barrio tuve nombre,
en el barrio fui presente,
fui pasado y Jenofonte
dejando escrito el pasar de la gente.

Hoy los barrios antiguos mueren
y los nuevos no son barrios
sino adulterios,
de una historia que protege
a asesinos de barrios a sueldo.

Hoy los barrios van y mueren
sin saber que fue de ellos
aquellos barrios por los que a veces
en mis sueños aún paseo.

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