XIII- Desde el balcón de la pausa
Casas atrevidas e indómitas,
silenciosas y reivindicativas.
Mampostería serpenteante
con alquimia en la saliva.
Los pinos las envuelven,
las protegen de la prisa.
Tienen recuerdos de oratoria
y un mundo,
que no termina de llegar todavía.
Las nubes se espesan a su paso
mientras el valle se derrama por sus heridas.
Los cables y pararrayos
sobre un aljibe de espigas
ponen lienzo de ocasos
que traen manto de sequía.
Dicen que los pueblos viven apartados del mundo.
Yo afirmo: – No es cierto.
Es el mundo el que vive apartado de ellos-.
A mí la mirada se me acaba,
pues mis ojos están acostumbrado
a un letargo, a una ceguera,
a una encrucijada
entre tubos de neón y esferas.
Se cierra este poema
contemplando el cuadro de pausas
que ante mí se presenta.
Ya anuncia el final de los versos
el repicar de las penas,
y el pueblo queda mudo
de epitafios y de afrentas
mientras la luna saludo
con un sentir que no cesa:
“Si alguna vez fui pueblo
mi alma no lo recuerda,
mas si un día aquí regreso
seré pueblo y seré tierra”.