XXXVII- INCERTIDUMBRE
Vagan los miedos por el oscuro pasillo
al borde del acantilado.
No puedo ver nada.
La oscuridad, tenebrosa y rota
me niega el olvido,
carcome mis alas.
Escucho el rugir del mar bravío
batiéndose en duelo contra las rocas,
a primera sangre, a primer destino.
Atávicas imágenes vienen en mi ayuda
como lo hace el aire fresco en el estío.
Gritos de larga agonía
desgarran las paredes de arcilla,
mientras caen al vacío,
y mi voz, muda de inviernos,
calla humillada, esperando el veredicto.
Sólo queda la letanía,
sólo el lento huir,
por el sendero del frío.