Polanski, Skolimowski y Kieślowski conforman el famoso trío de la Escuela de Cine de Lodz en una suerte de sinécdoque. Si se nombra a cualquiera de ellos automáticamente se asocian a dicha escuela como si no hubiese habido más directores en Lodz que ellos. Sucede algo parecido con el cine polaco en general: repentinamente vienen a la mente estos tres nombres. Curiosamente Polanski y Skolimowski desarrollaron casi toda su carrera fuera de Polonia y Kieślowski es más conocido por su trilogía francesa que por su decálogo polaco. La Nueva Ola Polaca (junto a la Nová Vlna) tuvo una influencia nuclear en el cine mundial y contribuyó a la expansión del cine autoral de mirada crítica y artística; compartiendo autoridad y prestigio junto a los diferentes movimientos cinematográficos europeos: Nouvelle Vague, Free Cinema, Nuevo Cine Español o Post-neorrealismo. Y, por supuesto, hay más autores aparte de esos tres magníficos directores “mainstream”.
Polonia es un país con una idiosincrasia histórica y política muy compleja. La geopolítica ha definido su Historia. Desde su origen ha vivido conflictos nacionales y sociopolíticos con otros países e imperios. Las sucesivas guerras contra suecos, rusos y turcos a lo largo del siglo XVII debilitaron tanto su economía que acabó dependiendo de Austria, Prusia y Rusia durante la primera mitad del siglo XVIII para acabar siendo ocupado por estos mismos países a finales de ese siglo, reduciendo su territorio nacional a la mínima expresión. Estas sucesivas represiones fortalecieron un gran sentimiento nacionalista. Tras la fallida revolución de 1830 contra el Imperio zarista ruso muchas personalidades artísticas polacas emigraron, sobre todo a Francia, creando un microcosmos en París donde se establecieron creadores como Chopin, Mickiewicz, Slowacki o Krasiński. Estos artistas crearon una imagen de Polonia que oscilaba entre el desaliento, el sacrificio y el martirio. Una encarnación ideológica nacional en la figura de Cristo como víctima inocente y mártir que se redime y resucita. Este fenómeno ideológico se conoció como el mesianismo polaco donde la Historia nacional de Polonia duplica y mimetiza la vida de Cristo. Esto lo refleja manifiestamente el poeta Adam Mickiewicz en su poema épico Los antepasados (1823) donde escribe: “Polonia es el Cristo de las naciones”. El mismo Mickiewicz es autor de la epopeya épica Pan Tadeusz (1834), considerada un himno poético nacional. Andrzej Wajda la llevó al cine en 1999 coproducida precisamente junto a Francia.
A finales del XIX y principios del XX Polonia vivía los procesos de germanización y rusificación al mismo tiempo. Más adelante estos procesos desembocarían primero en la guerra contra el incipiente imperio soviético, más tarde la ocupación nazi y finalmente la asimilación como república popular de Polonia dentro de la URSS. Un país que siempre ha estado bajo el yugo de otras potencias e imperios ha tenido la necesidad vital de reflejar y expresar su propia singularidad cultural y nacional. Tras el Octubre polaco, debido a la mitigación de la colectivización agraria, el aumento de salarios y el reconocimiento de los consejos obreros, entre otras cosas, hubo una cierta libertad creativa distanciada del realismo socialista imperante y el cine polaco recuperó, mediante un tamiz revisionista, algunas obras cumbres de la literatura polaca del siglo XIX y principios del XX, varias de ellas con un tinte claramente nacionalista y de exaltación del profundo sentimiento tradicionalista polaco. Algunos de los mejores directores de la historia del cine polaco adaptaron estas obras literarias de manera trascendente, profunda y crítica otorgándoles nuevos significados y generando su renacimiento cultural.
Henryk Sienkiewicz fue el más grande escritor polaco de su época y uno de los autores polacos más universales de toda la historia literaria. Según el profesor y experto en literatura eslava Fernando Presa González: “En materia de pensamiento, Sienkiewicz se rige por una idea: lo que es válido para los polacos lo es también para los demás pueblos”. En su época Polonia había prácticamente desaparecido del mapa político europeo y según Fernando Presa Sienkiewicz ayudó a “introducir la polonidad en el ámbito de la universalidad”. Fue autor de Quo Vadis? (1896), novela de un éxito tremendo llevada al cine en varias ocasiones. Tras la fama y notoriedad recibida por esta novela fue publicando por entregas, entre 1896 y 1900, Los caballeros teutónicos, novela ambientada en la época medieval que narra los conflictos bélicos entre la Orden de los Caballeros Teutones y Polonia, ensalzando el carácter patriótico polaco y alabando su victoria frente a los invasores alemanes.
Aleksander Ford adaptó esta novela en 1960 filmando Los caballeros teutónicos (la película más vista en la Historia de Polonia cuya visión era prácticamente obligatoria), una superproducción espectacular de casi 3 horas. Infinidad de personajes con una trama compleja, llena de un fuerte espíritu nacionalista polaco. Ford fue el reconstructor de la industria cinematográfica polaca totalmente destruida en la segunda guerra mundial. Estuvo al frente del Film Polski entre 1945 y 1947, se convirtió de esta manera en “padre” del nuevo cine polaco. Sin embargo tuvo problemas con el gobierno polaco en los 50, especialmente por sus dos obras maestras Cinco chicos de la calle Barska (1954) y El octavo día de la semana (1958), esta última le supuso fuertes reprimendas y fue prohibida por las autoridades polacas; afortunadamente se pudo ver en el extranjero al haber sido coproducida por Alemania. Estas películas tenían un fuerte espíritu crítico hacia la sociedad polaca a través de puestas en escena marcadamente neorrealistas. Más tarde se redimió políticamente con Los caballeros teutónicos, cuya reconstrucción histórica es apabullante: los vestuarios, las caballerías, las armas, los escudos, las armaduras. La puesta en escena es de un naturalismo épico tan bello como misterioso. El uso del color es magnífico. La batalla final es impresionante. Ford fue tremendamente divulgado por las autoridades polacas gracias a esta película aunque siempre se sintió un exiliado y un incomprendido (acabó suicidándose desterrado en USA). La guerra contra los teutones (protoalemanes) tiene claramente una actitud revisionista con respecto a la invasión nazi. Ya en 1938 Serguéi Eisenstein abordó el tema bélico contra los teutones en su operística y apoteósica Aleksandr Nevski. Ford fue, a su manera, un aventajado alumno del maestro ruso. Enorme película que demuestra como un retrato épico histórico con tintes bélicos (y nacionalistas) puede sostenerse bajo un profundo espíritu trágico, shakesperiano y enigmático, reproduciendo las cúpulas de poder medievales y sus espurios intereses para dotar a esta narrativa “fordiana” de una actualidad eterna.
En 1961 Jerzy Kawalerowicz desempolvó una novella de Jarosław Iwaszkiewicz para llevar a la gran pantalla la sorprendente y polémica historia de Madre Juana de los Ángeles. Iwaszkiewicz es un escritor polaco olvidado que tiene relatos realmente maravillosos. El tema que trata la novella es muy conocido: un brote de histeria colectiva en un convento de monjas ursulinas en la localidad francesa de Loudon en el año 1634. La Iglesia consideró que estas monjas habían sufrido posesiones demoníacas bajo el influjo del capellán Urbain Grandier. Tanto Iwaszkiewicz como Kawalerowicz se desmarcan de la historia oficial religiosa, sin recrearse en lo sobrenatural, escandaloso o morboso. Esta novella fue escrita en 1943. Aldous Huxley publicó la misma historia bajo el título de Los demonios de Loudon en 1952, que fue llevada al cine por Ken Russell en 1971 como The Devils. Que estas dos versiones anglosajonas sean infinitamente más populares que las polacas es un claro ejemplo de cómo el mercado editorial literario e industrial cinematográfico margina y excluye a quienes no juegan con los mismos valores escabrosos, truculentos y sensacionalistas que tanto gustan al público amante de lo puramente efectista, huyendo de la reflexión y la introspección. La película de Kawalerowicz es una joya poética que relata la problemática de unos personajes que viven enclaustrados no sólo física sino psíquicamente. De hecho, la única monja que está libre de este supuesto dominio diabólico de Juana de los Ángeles es la hermana tornera, que sale de vez en cuando del convento. El uso del blanco y negro es fabuloso. Las influencias de Dreyer, Bergman o Bresson son evidentes. Esta película pertenece por derecho propio a lo que Paul Schrader llamaba Cine Trascendental. Esta obra no es nada pretenciosa ni efectista, es ante todo un ejemplo de cine de autor, propio, auténtico y fidedigno al concepto artístico del director totalmente despegado e impasible ante opiniones externas y superficiales. Iwaszkiewicz lo deja claro en su advertencia previa a la novella: “Las imperfecciones y las junturas mal unidas de esta historia tienen para mí un encanto particular. Que el lector comparta o no mi opinión es obviamente otra historia, que me resulta totalmente indiferente a la hora de escribir estas líneas”. El mismo año de la producción de esta maravillosa obra, se filmó otra joya protagonizada curiosamente por otra novicia: Viridiana.
La figura del conde Jan Potocki es fascinante. Ocultista, egiptólogo, etnógrafo, filósofo e historiador. Hablaba más de cinco idiomas. Viajó por toda Europa, el Magreb, Egipto, China… En 1788 creó una imprenta y una editorial. En 1790 sobrevoló Varsovia en globo. En 1805 trabajó como asesor científico del zar Alejandro I. Tras el divorcio de su segunda esposa y el agravamiento de la sífilis que padecía entró en una profunda depresión que le hizo creer que era un hombre-lobo. Se encerró en su castillo de Uladowka confinándose en su habitación con la intención de no matar a nadie debido a su “transformación” nocturna. Fundió la tapa de plata de una azucarera (regalo de su madre) y la pulió con forma de una bala. Le pidió al capellán de su castillo que bendijera el proyectil y se voló la cabeza de un disparo el 20 de diciembre de 1815. Este aristócrata decadente polaco profundamente romántico escribió una de las mejores novelas fantásticas de la Historia universal de la Literatura: El manuscrito encontrado en Zaragoza. Dividida en dos partes, la primera publicada en 1804 (fantástica, esotérica y terrorífica) y la segunda en 1813 (racionalista, aventurera y naturalista). La narrativa de cajas chinas llena de metahistorias es una gozada. Historias dentro de otras historias entremezcladas al estilo del Decamerón, Las mil y una noches o Los cuentos de Canterbury, con una clara influencia de la novela picaresca española. Potocki tiene una tremenda fascinación por los mundos tenebrosos, ocultos, cabalísticos, mitológicos, demoniacos… En la Jornada Undécima escribe el relato Historia del filósofo Atenágoras y dice así en uno de los pasajes: “Mas confieso que ha habido grandes cambios en el mundo demonagórico. Por ejemplo, los vampiros, entre otros, son una invención nueva, si es que puedo hablar así. Distingo en ellos dos clases: los vampiros de Hungría y de Polonia, que son cuerpos muertos que salen de noche de las tumbas y chupan la sangre de los hombres; y los vampiros de España, que son espíritus inmundos que animan el primer cuerpo que encuentran, le prestan toda clase de formas y…”.
Wojciech Jerzy Has llevó al cine estas espectaculares historias de Potocki en 1964. La película El manuscrito encontrado en Zaragoza es una obra única y una de las mejores adaptaciones literarias de la Historia del Cine. Has venía del cine documental de la escuela de Karabasz donde había que prescindir de toda escenografía, usar gente corriente como actores, reducir al mínimo el uso de efectos sonoros, visuales etc. Probablemente cansado del encorsetamiento de este cine, exploró sus formas visuales y experimentales más extremas en sus dos obras maestras absolutas del género fantástico: El manuscrito encontrado en Zaragoza y Sanatorio bajo la clepsidra. La adaptación se basa solamente en la primera parte del libro: las escalofriantes experiencias de Alphonse Van Worden. Has suaviza de manera estética la truculencia del libro aportando ciertos tonos irónicos de un humor absurdo muy llamativo. El barroquismo compositivo de los encuadres y el juego de secuencias tétricas, oníricas, románticas y melodramáticas es realmente increíble. Es una obra que se adelanta al cine puramente psicodélico americano (desde el experimentalismo poético de Storm de Hirsch en su trilogía The color of ritual, the color of thought hasta Kubrick o Jodorowsky) que tendrá un protagonismo exagerado a finales de los 60 y principio de los 70. La banda sonora de Krzysztof Penderecki es verdaderamente magnética, combinando la música atonal, concreta con toques sinfónicos y compases españoles de Granados o Falla ayudando a enfatizar aún más el carácter surrealista de las escenas filmadas. Una obra sublime y excelsa. Recordemos las palabras de Luis Buñuel en sus memorias Mi último suspiro: “Me gustó mucho El Manuscrito encontrado en Zaragoza, novela de Potocky y película de Has, película que he visto tres veces, lo cual es excepcional y que encargué a Alatriste comprar para México a cambio de Simón del desierto”.
Muchos de estos libros son de carácter histórico y están basados en épocas que aparentemente quedan lejos de Polonia y su situación sociopolítica, pero los escritores trazaban deliberadamente paralelismos que conectaban esas tramas historicistas con la Polonia que ellos querían retratar. Esto se ve de manera nítida en Faraón (1895), novela escrita por el periodista polaco Boleslaw Prus (pseudónimo de Aleksander Głowacki). Prus participó en la Insurrección de 1863 contra el imperio zarista ruso y fue encarcelado hasta 1866, por lo que se puede entrever en la novela una crítica hacia el poder sustentado por los sacerdotes frente al faraón que quiere cambiar el curso del país sin medir las consecuencias que pueda tener. Bajo el prisma de Prus Ramsés XIII no es el líder de las masas oprimidas, simplemente quiere valerse del pueblo como instrumento para el cambio radical de la clase dominante: quiere independizarse de los sacerdotes para ostentar más poder, no para liberar al pueblo esclavizado. Todo esto lo mostrará de manera absolutamente colosal Jerzy Kawalerowicz que adaptaría esta novela de Prus en 1966, analizando los aspectos oscuros que surgen de la lucha por el poder: el control, la opresión y las acciones maquiavélicas. La película Faraón (enlace al episodio) es una obra magna, descomunal y monumental sobre lo que siempre interesó a Kawalerowicz: el poder, su cumplimiento y su imposición. El fatalismo que va a guiar las decisiones de Ramsés XIII y su imposibilidad de cambiar el rumbo del poder se ven nítidamente en esta conversación entre el faraón y Tutmosis (tercer capítulo de la novela):
“—¡Ay de mí y ay de ti! —suspiró Tutmosis—. Tienes tales ideas que bajo su peso cedería esta elevación, si te pudiera oír y comprender. ¿Y dónde están tus fuerzas?… ¿Tus ayudantes…, tus guerreros?… Contra ti se levantaría el pueblo entero guiado por una poderosa clase… ¿Y quién estará de tu parte?
El príncipe lo oía pensativo. Finalmente respondió:
—El ejército…
—Una buena parte seguirá a los sacerdotes.
—Los soldados griegos…
—Un barril de agua en el Nilo.
—Los funcionarios…
—La mitad les pertenece a ellos.
Ramsés sacudió tristemente la cabeza y guardó silencio”.
En 1968 Wojciech Jerzy Has adaptó La muñeca, otra novela de Boleslaw Prus. Una mezcla entre Madame Bovary y Rojo y Negro. Novela interesante al igual que su adaptación fílmica, aunque no llega a las cotas de excelencia alcanzadas en Faraón.
No podía faltar en este acercamiento al cine polaco de los 60 la figura totémica del gigantesco Andrzej Wajda. Cineasta de una versatilidad, creatividad y capacidad trascendental ciertamente singulares. Uno de los más grandes directores de la Historia del Cine. En 1965 llevó a la pantalla la novela Cenizas (1903) escrita por Stefan Żeromski. Novela histórica en tres volúmenes de un marcado sentido anticolonialista. Polonia, debido a su situación geográfica, ha vivido siempre colonizada por potencias extranjeras. Mientras estas potencias, fundamentalmente Francia, Alemania y Rusia desarrollaban su economía y su cultura, países como Polonia malgastaban su energía social respondiendo a los cambios impuestos por estas potencias colonizadoras. Żeromski tenía un profundo sentido crítico social e ideológico, lo cual le atribuyó no solamente autoridad artística sino moral como ciudadano genuinamente polaco. La idealización de formar parte de diversos Imperios es abismalmente examinada con un tono antiimperialista dejando claro que Polonia pasó a ser un país completamente periférico, echado a perder por parte de sus colonizadores. La novela defiende el sarmatismo polaco sin necesidad de establecer clases sociales, tan sármata es un noble propietario como un pequeño agricultor.
La película de Wajda es brutal. Casi 4 horas de fresco histórico apabullante donde se mezclan escenas naturalistas de estepas inabarcables en pleno invierno, escenas bélicas de una precisión bárbara, romances al más puro estilo de Guerra y Paz, bailes de salón gatopardianos, brumas y arenas a lo Lawrence de Arabia. Cine en estado puro: magia, hechizo, algo indescriptible. El mensaje decolonial se muestra sin reservas en la escena donde un antiguo oficial de las Legiones Polacas, superviviente de la matanza en Santo Domingo, cuenta a través de un flashback esta masacre por parte del ejército napoleónico ante la rebelión de soldados y nativos negros por haber restablecido la esclavitud, los planos de la mirada atormentada de los dos protagonistas idealistas mientras escuchan el relato son reveladores. Le llevó más de dos años el rodaje de esta auténtica obra de arte. Wajda en estado de gracia. Una obra conmovedoramente sobrehumana.
En 1970 Andrzej Wajda rescata otra novella de Jarosław Iwaszkiewicz: El bosque de los abedules (1933). En este caso la narrativa es claramente existencialista. La relación tempestuosa y violenta de dos hermanos. Uno de ellos débil y tuberculoso pero con ganas de vivir y otro sano pero que sencillamente sobrevive como un zombi. La película de Wajda crea un personaje más en el drama: el bosque. La imaginería del bosque se fusiona con la música. Los sonidos son particularmente importantes en esta obra. Los dos personajes femeninos: la hija de uno de los hermanos y la vecina están envueltos en un aura de misterio con un cierto aspecto bergmaniano. De hecho, la vecina apenas habla, por momentos parece que sus murmullos se confunden con los susurros del bosque. Película de un marcado corte intimista y atmósfera claustrofóbica que deja un regusto amargo. Maestría asombrosa de Wajda que demuestra su versatilidad desvelando como un artista, un auténtico creador puede (¿debe?) ostentar la capacidad de diversificar su obra sin un discurso unitario ni un formalismo redundante.
¡Larga vida al cine y literatura polac@!
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