Una conversación (reflexiva) con un macho alfa-omega

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– … Y aparecieron las dos, bufffffff, ¡vaya melones! Como mi cabeza de grandes… ¡Espectaculares! Nos invitaron a varios chupitos y ya no sabía ni donde estaba jejeje, fue una cosa tremenda…

Noto que se muerde mucho el labio y al coger las aceitunas le tiemblan un poco los dedos, no me ando con rodeos y le disparo a bocajarro:

– ¿Te estás metiendo farlopa?

– ¿Cómo… qué dices?

– Que si te metes coca…

– Que va, que va… bueno, a ver, ya sabes, para aguantar y tal porque la pastillita azul ni de coña que tiene un huevo de efectos secundarios… pero que no tío, que no estoy enganchao ni nada, que controlo, only for sex, ya tú sabes… jejeje…

– Ya, ¿y los críos?

– Con sus abuelos (se refiere a los padres de su ex), ellos están bien, no se enteran y encima súper mimados, es lo normal hoy.

– ¿Cuánto hace?

– ¿De qué?

– Del divorcio.

– Separación… todavía no hemos firmao nada. Casi un año.

Tiene tres hijos, los tres varones. Nos conocemos desde el instituto, creo que lo conozco bien, aunque realmente nadie conoce bien a nadie, ni tan siquiera a uno mismo. Empezamos la carrera juntos, luego yo la dejé y me puse a currar. Durante esos años fuimos uña y carne. Compartimos piso cinco años y pico. Éramos amigos. ¿Éramos amigos? Más o menos. Un tipo delgaducho que vivió con nosotros unos meses nos llamaba la extraña pareja. No tanto por la convivencia y los clichés de la peli sino porque no compartíamos ni gustos, ni aficiones, ni inquietudes, pero nos llevábamos muy bien y nos unía la fiesta nocturna (y a veces diurna). Cuando comenzó a salir con Silvia dejamos de vernos tan a menudo. A los años se casó y perdimos el contacto, salvo por alguna conversación esporádica. Me llamó el otro día contándome lo del divorcio.

– ¿Te acuerdas, eh? ¿Cuándo llegó y se encontró…? Jajajajaja y luego encima nos pusimos serios y ya se descolocó por completo ¿te acuerdas, eh? ¡Qué época tío! ¡Cómo la liábamos! (yo asiento y esbozo una tímida sonrisa).

– La verdad es que aquella época la tengo un poco difusa, casi olvidada.

– ¿Sí? Yo me acuerdo muchas veces jejeje, nos lo montamos muy bien, disfrutamos a tope.

– Eso desde luego, que nos quiten lo bailao.

La nostalgia malentendida es una enfermedad, hay que llevar cuidado. La memoria juega malas pasadas, solemos sublimar situaciones y épocas que no fueron ni tan divertidas ni tan interesantes. Tomar perspectiva es fundamental. Y contextualizar, siempre hay que contextualizar. Sé que es complicado de hacer, especialmente cuando uno se arrastra por la vida con la indolencia e inercia de los convencionalismos. ¿Quién no lo hace?

– (me enseña el móvil) El otro día… ¿Qué me dices eh? Una locura, cuando quieras te vienes.

– ¿Dónde es?

– Aquel garito, el de Joe…

– ¿El cuchitril?

– Sí, sí jejeje. Lo ha comprado no-sé-quién y ha pegado un cambio impresionante, súper moderno y amplio. Ahora lo peta por la noche, se llena de tías a tope, más o menos de nuestra edad y ya sabes que esas buscan guerra, no salen por salir, salen a pillar cacho (no sé si me guiña un ojo o es el efecto de la farlopa). Divorciadas, maduritas y sin ganas de compromiso…

– ¿Sin ganas de compromiso?

– Sí, sin ganas de complicarse la cabeza, de historias raras, de follones, como nosotros…

– ¿Nosotros?

– Claro tío, nosotros, tíos que no queremos complicarnos…

A veces en una conversación es interesante repetir lo que ha dicho la otra persona en forma de pregunta para que tome cierta distancia y repase lo que acaba de decir. ¿Qué quiere decir con “sin ganas de compromiso”? ¿Es malo el compromiso? Resulta que un segundo después el compromiso se transforma en “complicaciones, rarezas y follones”. ¿Tiene el compromiso algo que ver con todo eso? A veces decimos lo primero que se nos ocurre sin pensar. Confundimos palabras. Tal vez ni siquiera sepamos el significado que tienen. Las soltamos por soltar, recurrimos a lugares comunes repetidos que ni sabemos que quieren decir. Ocurre lo mismo con el plural mayestático, lo usamos sin tener en cuenta a los interlocutores presentes en la conversación. Ese nosotros es también muy goloso en discursos populistas, nacionalistas o electoralistas.

– ¿Polvos fáciles? (tiro de ironía con doble sentido pero no lo pilla)

– Eso es jejeje. Con que te lo montes mínimamente bien triunfas. Pim pam pum y palante. Sin liarte la manta a la cabeza. Además si les molas igual se lo dicen a algunas amigas y ya te conviertes en follamigo de varias.

– (me río) ¿Se sigue usando esa palabra?

– No sé (se ríe) pero no me sale otra, somos de otra época tío.

– Sí, sobre todo somos más viejos que antes.

– ¿Viejos? Qué va jejeje, mira, mira (se arremanga la camisa y saca bíceps), toca, toca, como una roca ¿eh? La edad no importa. El mes pasao, buah, una chavala de veintidós añitos, ¡de veintidós! (hace un gesto raro con los brazos y las manos que no logro pillar pero imagino que quiere decir que follaron). La edad está sobrevalorada. Si quieres te puedes mantener al pelo hasta los ochenta. Es cuestión de disciplina y tener las cosas claras. Que no te coman la cabeza. Tú a lo tuyo.

– O sea que tú vas a lo tuyo ¿no?

– Pues claro, como todos, como tú ¿no?

– Cuando decidiste casarte ¿ibas a lo tuyo?

– No sé que quieres decir…

– ¿Por qué te casaste?

– Porque tocaba, ya tenía una edad y quería algo de estabilidad, llevaba con Silvia ya años y era lo normal. Me apetecía tener críos… pero bueno… oye… a veces las cosas no salen como uno las planea, la vida es así, lo que hay que hacer es buscar soluciones y no caer en malos rollos…

(llegan a tomarnos nota para comer, pedimos y nos traen la comida. Mientras comemos la conversación es todavía más banal así que paso al final de los postres).

– Antes decías que tenías una edad para casarte…

– Sí claro, es algo biológico (hace un gesto de comillas).

– Naces, creces, te reproduces y mueres… como las cucarachas (hago también las comillas).

– (se ríe y casi se atraganta con el último trozo de tiramisú) Eso, eso… lo que nos enseñaban en el cole jajajaja

– (me río) … no sólo en el cole jejeje.

– Oye y tú ¿cómo vas? Que estoy hablando mucho, ¿sigues con la última que me dijiste…?

– No, hace algo así como tres años y pico que lo dejamos.

– ¿Críos?

– No.

– Cojonudo, tío, eso es lo peor, los críos sufren y tal… sin críos es mucho más llevadero.

– Pero antes has dicho que tus críos están muy bien.

– Sí, sí, me refiero que a veces pues hay que explicarles ciertas cosas que no llegan a comprender, pero están bien, con sus amigos y tal van tirando y como la mayoría de sus amigos también tienen padres divor… o sea, separados, pues hacen piña y comparten sus cosas… Oye ¿y el curro? ¿Sigues en el laboratorio…?

– Sí, ahora coordino al personal de investigación y algunos experimentos, ahí vamos, hay que pagar las facturas.

– Eso está muy bien, hay que tener algo que hacer y ganar pasta. Las tías no quieren alguien sin cartera jejeje.

– ¿Tú sigues…?

– Claro, y tengo una cartera de clientes brutal, facturo un huevo, me va de puta madre.

– Entonces no será por falta de cartera jejeje.

– Claro, claro jejeje, esa parte la tengo bien cubierta.

– ¿Y por qué esa cartera no le vale a Silvia?

– ¿Eh?… pues… (balbucea un poco, lo noto nervioso y cambio de tema).

El problema del reduccionismo es que sólo se avista una solución, sólo se apunta hacia una dirección, no hay más. Reducirlo todo a economía, biología, física o arte genera personalidades constreñidas, oprimidas en su propia religión reduccionista. Hasta el más tonto del barrio sabe que sin dinero no se puede vivir en una sociedad capitalista, pero de ahí a ver como única forma de relación la mera economía hay un trecho que puede transformarnos en borregos materialistas (nada que ver con el materialismo dialéctico) y al final nos convertimos en objetos de transacción, en contratos, en formalismos que necesitan la firma de un notario, abogado o acreedor. El ser humano debería ser totalizador, unificando todas las formas posibles de ver la vida de manera independiente y así poder tomar soluciones múltiples, tener varios senderos que recorrer, diferentes escapatorias. Si todo se reduce a una sola perspectiva y esa perspectiva falla o no responde a nuestras ingenuas expectativas el cortocircuito es épico y me atrevería a decir que casi mortal.

(terminamos de comer, paga él y paseamos por el parque).

– Está chula esta zona, no la conocía.

– Es nueva. Se acercan elecciones.

– (se ríe) Sí, sí, leí que estaban preocupados por si había sorpasso y se han puesto a trabajar en ello.

– (me río) Suele pasar, es la ley de la supervivencia.

– Sólo quedarán los machos alfa.

– La política no es tan sencilla, hay más factores que el simple darwinismo…

– ¿Cómo? Yo creo que para triunfar en cualquier ámbito de la vida hay que salir a por todas y tenerlo claro, pisar las cabezas que haga falta, sin piedad, la vida es una jungla, una continua batalla. Y la política es una guerra.

– Esa mezcla de belicismo y darwinismo social es peligroso porque se te puede volver en contra…

– No, si controlas la situación y te adelantas puedes triunfar, es cuestión de anticiparse a los otros, de intuir la jugada…

– Como el ajedrez… no creo mucho en las intuiciones para prever el futuro…

– Entonces ¿qué haces, nah?

– No, tratas de encontrar alternativas a lo que se te ofrece, no hay nada más activo ni creativo que buscar alternativas aunque sea en los márgenes.

– Bueno… ser creativo es necesario sí, para producir hay que tener creatividad…

– No me refiero a eso, la ideología siliconiana es otra cosa, yo me refiero a vivir en los intersticios.

– ¿Dónde?

– En los márgenes, en los resquicios, en los huecos…

– Yo los huecos… los tapo (se toca el paquete y se ríe).

La popularidad de los medicamentos creados para combatir la disfunción eréctil es un indicador de la ansiedad colectiva de los hombres (pos)modernos por encontrar un mecanismo fiable para superar el miedo sutil y civilizado de decepcionar o disgustar a los demás. El miedo a desagradar, a quedar en ridículo, a decepcionar es un signo de moral. La obsesión masculina con la impotencia es el resultado de la imaginación ética. Además, si añadimos el imaginario sexual de la exclusividad, de creer que eres el único capaz de proporcionar ese placer e incluso un cierto propósito colonizador, de someter a la otra persona a nuestro anhelo, de ejercer poder sexual sobre la persona que supuestamente deseamos, de ser el que pone una pica en Flandes… Todo eso crea una ansiedad sexual que acarrea la obligación moral de dejar el pabellón bien alto. La Viagra, la coca o cualquier otro estimulante funcionan como extensiones (artificiales) de nuestra supuesta y construida virilidad. No voy a entrar en el psicoanálisis que divago más de la cuenta…

(ya estamos por el centro).

– (me enseña el móvil) ¿Vamos aquí?

– Me apetece algo más tranquilo, quiero seguir charlando contigo.

– Okey, sin problema (me vuelve a enseñar el móvil). ¿Y aquí?

– (sonrío) Mira, vamos a un café que hay doblando esa esquina, ponen buena música y se está tranquilo.

– Okey, vamos ya que me estoy meando.

(entramos en el café, va directo al baño. En la comida habrá ido 4/5 veces…)

– Mira que mensaje me acaban de mandar jejeje.

– (leo el mensaje) ¿De una follamiga? (sonrío).

– De la amiga (se ríe).

– Ah ya, cría fama…

– Sí, sí jejeje.

– ¿Qué tomas?

– Un gin-tonic.

– Vale, a las copas invito yo.

(pido dos gin-tonics…).

– ¿Cómo has quedado con Silvia?

– Bueno, ahí ahí… a veces mejor y otras peor.

– Al menos me dijiste que fue consensuado ¿no?

– Sí, sí, fue cosa de los dos, (con voz entrecortada) estábamos ya agotados, no iba a ningún lado.

Se nota a la legua que miente. En los casos de estas personalidades aparentemente avasalladoras cara a la galería (que esconden diversos complejos) suele pasar que de puertas adentro son bastante calzonazos, inseguros y cobardes, así que lo más probable es que fuese ella quien diera el paso definitivo para poner fin a la relación.

– Imagino que será difícil llegar a esa conclusión después de tantos años…

– Sí, pero mira, qué le vas a hacer, algunas veces la vida no se puede controlar del todo.

– Te contradices.

– ¿Qué? (casi se bebe el gin-tonic de un trago).

– Que te contradices con lo que has dicho antes del control, de adelantarte a la jugada…

– Bueno, me refería a temas laborales, políticos… con las mujeres es otra cosa…

– ¿No hay mujeres en el curro o en la política?

– Sí, ya… me refiero con las parejas.

– (casi me bebo la copa de un trago) ¿Hay hembras alfa?

– (mientras pide otras dos copas) Jajajaja… pues… supongo…

– (me río) Deberías encontrar entonces una así…

– Pues no estaría mal, de esas que te cabalgan toda la noche jejeje.

– Habrá algo más que el sexo…

– Ahora no me interesa.

– ¿Por…?

– Ya he tenido bastante, ahora quiero disfrutar, recuperar los años perdidos, darlo todo y no tener preocupaciones.

– (casi terminando mi segunda copa) Los años perdidos son irrecuperables.

– Hombre… depende (apura su segunda copa y pide otras dos).

– Si inventas una máquina del tiempo me avisas.

– (se ríe) ¿Pedimos unos chupitos?

– ¿Tequila? (los pide)

(brindamos con los chupitos)

– Pa dentro (levanta su chupito)

– Quien no apoya…

– Eso, eso, eso jajajajajaja.

(seguimos bebiendo…)

– Voy al baño.

– Vale, voy después.

Cuando se levanta lo noto sudoroso, se ha remangado la camisa hasta casi los hombros, se le ve cansado pero al mismo tiempo está hiperactivo, tembloroso, nervioso, va puesto hasta el culo. Mi amigo (¿ex-amigo? ¿alguna vez lo fue?) es un claro ejemplo de macho alfa. Me pregunto si los machos alfa están en peligro de extinción. Quizás ya se han extinguido. O mutado a machos omega. Una especie que está exhalando su último aliento, un aliento que huele a ginebra cara, tequila mediocre y cocaína adulterada. ¿Pertenezco yo también a esa especie fosilizada? Nunca he pertenecido a mi tiempo, siempre me he considerado anacrónico… Voy bebido, estoy un pelín mareado pero ad libitum, como flotando. Se abre la puerta del baño. Mi (ex)amigo sale con el pelo mojado, se lo peina con los dedos, se mete la camisa por dentro para que se note su cuerpo musculado a conciencia en el gimnasio de divorciados del extrarradio. Suena una música que me resulta familiar. Malevaje. No hay mejor canción ahora que un tango. Lo veo todo como a cámara lenta, mi (ex)amigo parece Michael Madsen en el plano inicial de Reservoir Dogs. De repente se desploma, cae frente al baño y empieza a convulsionar, corro hacia él gritando ayuda. Nadie parece verle ni escucharme. Cesan las convulsiones y parece dormido. Le coloco la cabeza como puedo y trato de reanimarlo con los primeros auxilios que recuerdo del curso de riesgos laborales. Le hago el boca a boca. Le golpeo el pecho. Se me nubla la vista. Casi me desmayo. Mi (ex)amigo se despierta, tose y respira torpemente pero con fuerza. La leve luz del baño le da en la cara y lo ilumina de una forma indecente y patética. La música suena más fuerte. Es el tango Desencuentro y escucho nítidamente la voz de Antonio Bartrina entonando el último verso de Cátulo Castillo: “Por eso en tu total fracaso de vivir ni el tiro del final te va a salir”.


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