Apostillas sobre la necrofilia hispánica

Difunde cultura

“A las Pompas Fúnebres, sin cuyo concurso la Muerte no sería una cosa de tanto lucimiento”

Rafael Azcona, Los muertos no se tocan, nene, 1956

La primera acepción de necrofilia en la RAE es: “Atracción por la muerte o por alguno de sus aspectos”; de la segunda acepción me ocuparé en otro texto algún día. En España se muere de lujo, especialmente si eres una figura pública; aunque esto puede ser transversal y ocurrir también entre familias anónimas. Decía Juan Goytisolo en una conferencia con respecto a los autores literarios: “Ninguna nación europea aparte de Rusia ha tratado tan mal a los autores vivos y los ha sacralizado con tanta intensidad a su muerte como España”. Los colectivos que provocan este ardor necrófilo son variados y dispares. Aquí me centraré sólo en unos cuantos (escogidos casi al azar y en riguroso orden alfabético):


“Artistas del postureo” (faranduleo diverso)

Hay famosos, celebridades, “artistas” mediocres que venden su muerte (o enfermedades terminales) en diversos programas basura o redes sociales al más puro estilo (no tan depurado ni estético) de Network, Lightning Over Water o La Mort en direct. Sus aduladores suelen subrayar la “entereza moral”, “lección de vida” o “ejemplo de fortaleza vital” de estos personajes exhalando su penúltimo aliento ante una audiencia necrófila. Confundir la muerte digna, distinguida y solemne con shows vacuos hipertrofiados de imágenes y charlas lacrimógenas es el signo de nuestro tiempo. Estos “artistas” deberían haber aprendido de los grandes filósofos griegos: sus muertes eran a veces pura escatología entretenida y divertida. Para sus próximas ventas necrófilas podrían tomar nota de la muerte de Heráclito de Éfeso, aunque para eso deben leer Vidas y opiniones de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio, e igual en el intento fallecen antes de tiempo.

Artistas y autores literarios (¿cultura?)

Siguiendo el discurso de Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio escribía en su artículo de 1980 La demencia senil de la cultura española: “La cultura española no recuerda, pero anda loca por conmemorar. Una vez más, con una recurrencia que alcanza obstinación de pesadilla, se pide la traída a España de los restos de Machado. No sé cuándo se tendrá la delicadeza de recordar que no fue circunstancia fortuita ni trivial la que le llevó a dar con sus huesos en Colliure, y sobre todo que no debe su sepulcro a algún anónimo e indiferente azar administrativo, sino al personal impulso de piedad de una mujer francesa, y comprender que ni aquella última huella de su vida tiene por qué ser borrada ni tan tierno acto de hospitalidad postrera merece ser deshecho, sino perpetuado. Por lo demás, Colliure está tan cerca que la breve y grata excursión no viene más que a aumentar el incentivo y estimular el apetito para los fervorosos jubileos de la fauna necrófaga española”. El miserable carácter patrimonial de la cultura en España se refleja en su predilección por lo cadavérico que facilita el adueñamiento del artista con fines protocolarios, burocráticos o mitineros. Continuaba Ferlosio en su fabuloso artículo: “Convertir la cultura en patrimonio es concebirla como algo que se cumple por apropiación, por adscripción al nombre: el objeto cultural es suplantado por su mera posesión. Quizá, más que a un cortijo, una jaca o una bodega, quedará equiparado a un título nobiliario, un atributo heráldico, un documento de legitimación, una credencial de autoridad”.

Caciques (o empresarios hechos a sí mismos, es decir, a medida de sus cunas, sus fanatismos, sus mafias o sus corruptos amantes políticos)

Cuando fallece un personaje público que poseía poder, influencia y dinero para amedrentar, intimidar o comprar favores, no faltan los palmeros que siguen lamiendo su culo ya gélido con elegías bochornosas (hay que agradecer los servicios prestados). Llama la atención como sus herederos (intra o extra familiares) elogian la figura del fallecido en términos filantrópicos, como si el difunto hubiera actuado siempre en vida con un amor liberador y universal por la figura humana, dándose a sí mismo el único gusto y disfrute de ayudar a los demás con una enorme cantidad de dinero (no importa a través de qué tejemanejes se obtuvo ni que se le daba a cambio a este prohombre tan generoso). Estas eminencias bíblicas tan opulentas parecen por momentos sacadas del Antiguo Testamento mostrándose firmes, tenaces, severas, intransigentes e incluso despiadadas; pero también poseen la apariencia del Nuevo Testamento mostrándose caritativas, misericordiosas, altruistas e incluso compasivas. Esta esquizofrenia evangélica se traslada a sus exequias, que van oscilando entre el tributo militar y el duelo religioso, como si hubiese fallecido Constantino I, Carlomagno o Enrique III el negro, representantes de lo que se denominó cesaropapismo (rey y sacerdote en una sola persona). En estos ritos singulares se puede leer entre líneas como España tiene ciertos tintes de teocracia degenerada.

Deportistas (seamos claros: fundamentalmente futbolistas)

En La dinámica del deporte moderno: notas sobre la búsqueda de triunfos y la importancia social del deporte, el sociólogo Eric Dunning escribe: “Para ciertos grupos de la sociedad actual, el deporte se ha convertido en una actividad quasi-religiosa y que, hasta cierto punto, ha venido a llenar el vacío dejado en la vida social por el declive de la religión. Un ejemplo extremo pero significativo de este carácter quasi-religioso del deporte moderno lo hallamos en el hecho de que en Liverpool es ya casi una tradición que los seguidores del Liverpool Football Club dispongan que a su muerte sus cenizas sean esparcidas sobre el terreno de juego del estadio Anfield, como si desearan continuar identificados, aun después de la muerte, con el «sagrario» o «templo» ante el que profesaron su culto estando en vida”. Esta necrofilia futbolera, que se puede trasladar a algún otro deporte, forma parte de la actual idolatría a las divinidades deportivas. Marca lleva décadas (o siglos) siendo el periódico (y literatura) más leído de España. Hay mucha gente que lo primero que hace por la mañana (y puede que lo último antes de dormir) es revisar las noticias deportivas de su club, chequear las apuestas que hizo o va a hacer sobre tal o cual partido o permanecer atento a si fulano de tal se va a recuperar de su lesión. Estos deportistas forman parte de su vida cotidiana. Son amigos, familiares, ídolos, todo a la vez. No hace falta que los sigan a todos sitios físicamente; pueden tener acceso a su vida privada a través de redes sociales, contactar con ellos mediante chats en sus canales de stream o comprar sus productos autografiados personalmente. Los clubes son su familia y los jugadores contratados son los miembros activos de esa familia en la que pasan buenos y malos momentos, ríen, lloran, se emocionan juntos. Es una identificación mística, fetichista y fanática. Por eso cuando alguno de estos deportistas fallece (máxime en pleno partido) es como si muriese alguien de su familia. Los hooligans entonces sienten por primera vez una emoción puramente humana: la pérdida, la ausencia, lo fortuita que es la vida e incluso llegan a cuestiones filosóficas de alto calado si el que muere es el mejor de todos los tiempos: “Dios ha muerto”. De repente Nietzsche se mezcla con la notificación en el móvil de la apuesta acertada o errada, el nuevo fichaje de turno, el club endeudado, suben el abono, llega un gerifalte ruso y compra el club, el fichaje estrella del verano es lógicamente ruso, se apellida Karamazov y al final llegamos a la cuestión seria, al verdadero meollo del asunto: “Si Dios ha muerto, todo está permitido”.

“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”

Pierre Corneille, El mentiroso, 1644

Familias anónimas (incluso para algunos miembros de las mismas)

La necrofilia se extiende hasta las familias medias (no confundir con clase media, quimera acuñada por el desarrollismo franquista de gran éxito y aceptación). Etimológicamente la palabra familia viene del latín famulus que significa esclavo; el concepto esclavizante de familia suele superar en muchos casos el término puramente etimológico. Herencia es la palabra clave. Incluso una familia bien avenida se verá expuesta a diferentes conflictos si el miembro fallecido poseía una suculenta suma de dinero dispuesta para ser heredada. No faltarán los reproches (incluso aunque esté redactado en un testamento): la manera de gastarlo, dividirlo o peor aún “invertirlo”. Así la figura del muerto se transforma en un espíritu materialista (valga la contradicción). La necrofilia entonces puede tomar dos caminos (ambos a la vez inclusive): sendero materialista o del eterno retorno donde la muerte ha venido bien a los herederos para tapar agujeros aquí y allá o para seguir acumulando hasta ser los más ricos del cementerio, y así en sus próximos decesos las mismas dinámicas volverán a darse como si de un déjà vu se tratase; y sendero idealista o de la mitificación hipócrita: después de haber fenecido sólo se puede hablar bien del muerto o por lo menos no hablar mal, ya que “no se puede defender” (esto sucede cuando se le ponía a parir a sus espaldas mientras estaba vivo). Si fue alguien despreciable o tuvo comportamientos indignos o rastreros, si se dedicó a actividades delictivas, si era ruin, vil, abyecto o era simplemente un anodino tonto a las tres, no importa en absoluto. Ha muerto. Y la muerte santifica, modifica paradigmas, transforma al vil en honrado y al tonto en ingenioso. Hay que recordar que estos comportamientos cobardes y mojigatos no juzgan a los muertos sino a los vivos, que mediante una idealización medrosa y farisaica de los fallecidos desean purgar sus propios miedos, traumas y temores que se instalan en lo siniestro de todas y cada una de las familias.

Políticos (animales de costumbres muy amigos de sus amigos y enemigos)

Da igual si has sido un bufón grotesco, un orador adormecedor, un burócrata impotente, un arribista mediocre, un crápula estrafalario o un verdadero filósofo insulso. Si has dedicado tu vida al arte de la política en España (no importa la ideología, el partido o el discurso doctrinario), en cuanto estiras la pata tienes tu momento de loas, glosas y panegíricos. Es particularmente divertido ver como los enemigos (externos e internos) que ponían a parir al finado casi un día antes del fallecimiento, justo en el instante fatal le alaban, le ponen por los altares y sobredimensionan su figura al más puro estilo de la beatificación canonizante; por cierto, este comportamiento concuerda milimétricamente con la toma de poder del presidente o secretario general de turno, donde las genuflexiones de los que eran considerados adversarios u oponentes internos del propio partido dejan entrever como la política es, la mayoría de veces, el juego de la hipocresía disciplinaria y la docilidad pusilánime. La dualidad schmittiana amigo/enemigo es una teatralización cara a la opinión pública mediatizada que necesita su ración de tertulias y opiniones cuñadistas para identificarse de manera especular con su ideología prefabricada. Los políticos se necesitan, se retroalimentan entre sí, son un gremio ultracorporativista refugiándose apoltronado en los mullidos sillones del congreso, del senado, de despachos de aristocráticas firmas de abogados, de empresas públicas privatizadas y viceversa, de constructoras… las puertas giratorias giran y giran hasta provocar el mareo y el posterior vómito. Como expresó de manera muy gráfica Alfonso Guerra: “El que se mueve no sale en la foto… y fuera hace mucho frío”. Y cuando el frío eterno llega, su homenaje institucional, ceremonioso y reglamentario no se lo quita ni Dios.

“La obligación social de comunicar a allegados, íntimos y público en general la irreparable pérdida de un familiar suele provocar en los avisados un considerable fastidio, pues la gente —excepto los necrófilos— tiene quehaceres más provechosos y agradables que el de presentarse en la casa mortuoria a dar el pésame, preguntar cómo se produjo el óbito y dedicar un rato a loar las virtudes que atesoraba el difunto, pero como sucede que los allegados, los íntimos y el público en general se sienten menospreciados y ofendidos si los deudos del fallecido no les comunican que el alma del finado ya está en la Gloria, los del señor Bígaro Perlé cumplieron con tal obligación y como consecuencia desde poco antes de anochecer la casa se convirtió en un jubileo de allegados, íntimos y público en general”.

Rafael Azcona, Los muertos no se tocan, nene, 1956

*Gracias a Carol por su inestimable ayuda en la corrección y revisión de este texto.


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