…algo así como una hibernación amoral y corporal unidas en el responso del individuo con cara de ángel desheredado durmiendo a placer, para darnos cuenta que debíamos por lo menos desayunar sin contar con su pecho estrecho, sus dientes mal alineados y su dominio del lenguaje suspicaz. Decidimos salir del sitio para trabajar las barrigas siguiendo la recomendación de nuestro amigote Juan. Él nos dijo que no podía acompañarnos hasta la tarde sin darnos una explicación, que aunque no era necesaria por su condición de anfitrión se habría agradecido por su estado de colega sin condición. Es igual; el café con leche, las tostadas de carne de carne de guarro negro así como los zumos de cítricos nos dejaron los espíritus renovados y listos para un paseo por los monumentos históricos que contemplaríamos en nuestro periplo a pie. Uno de los nuestros tuvo la insigne idea de llevarse el móvil por si nuestro Rodolfo Valentino se despertara sin sus hermanos de correrías; es muy miedoso para esas cosas, sobre todo cuando no controla el punto en el que se encuentra, como es el caso del que os narro; además su santa madre nos tiene aleccionados siempre pidiendo devolvérselo tal y como se fue; yo le dije que si venía más guapo podía valerle, pero ella negó tal posibilidad de un modo rotundo: lo que hace el amor materno. Por su auxilio tenía el número de todos para llamarnos si se despertaba mientras paseábamos.
Yo tenía dudas de que lo hiciera al haberlo visto tan impasible tumbado en su catre sin apenas respirar, sin ápice de vida. Parece que la mejor receta contra los males de este desperfecto de la naturaleza humana se basa en drogarse moderadamente (no más de uno cada siete meses aproximadamente), para así quitar todos sus reveses y miedos pasados, actuales y siguientes. Lo que sí puedo comentarte en su favor es la lealtad que te regala si le das tu cariño. Ha llegado a encontrarnos faena cuando desesperados por conseguir algo de billetaje nos las veíamos muy crudas; siempre hemos tenido al feo a nuestro lado sin dudar de nuestra camaradería en una tierra donde abunda la envidia, el deseo del mal ajeno, la sonrisa por la desgracia de los cercanos, el ven que te ayude cuando luego pido lo que te costará, o te invito a comer y la comida nos ha costado tantos dineros; ni una decepción nos ha dado, dignificando su hombría. Tendría otros innumerables hechos que poder contarte demostrando la pureza espiritual de mi amigo el feo; de los buenos sentimientos que tiene hacia mi persona y la de otro compañero de vida que no ha podido venir con nosotros; pero serían demasiados y lo que cuenta es sacar la conclusión que más vale un adefesio competente y compañero, que un adonis apuñalador. Recuerda mientras vivas que los dos peores defectos hallados en el ser humano son la ignorancia, que hace sufrir (a aquellos que observan cómo estos tontos te intentan convencer de sus idioteces, y hacerte ver los conocimientos que tienen sobre cualquier tipo de materia), y la soberbia (porque unida a la ignorancia, practica el dime de qué presumes y te diré de qué careces, sin además esconder este hecho), que hace reír.
En fin, el feo roncando, nosotros caminando y el cielo con un azul esplendoroso dejaba pasar nuestro acelerado tiempo de juventud, adorando los paisajes que íbamos contemplando con alegría y parsimonia. Temíamos un calor implacable, pero parece mentira que los astros se estaban aliando con nosotros desde la llegada de este viaje; ¿no os ha pasado estar deseando en cualquier tipo de situación que las cosas salgan tal y como queréis, y paso a paso se cumplen vuestros deseos?; pues en ese estado nos encontrábamos la tropa de maleantes bonachones, llegando olvidar a veces de dónde veníamos, como si viviéramos en unas permanentes vacaciones y fuéramos a volver a nuestra guarida, quién sabe cuándo. Eran caras que respondían a la felicidad con orgullo pero sin arrogancia, hasta que nuestro guaperas postizo nos llamó un poco nervioso preguntado dónde estábamos. Fuimos a su rescate porque ya era pasado el medio día, y necesitábamos combustible para las máquinas engrasadas y preparadas para otra noche de deseos por cumplir; degustamos unas fuentes imposibles de olvidar, mientras nuestro falso guapo amigo nos decía que había quedado con el porteador de narcóticos cerca de la hospedería, con el fin de adquirir esa medicina clandestina pero necesaria para sus escapadas del mundanal mundo, que a momentos le hacían tan feliz; la cita iba a ser antes de la siesta sagrada para proveedor y cliente.
Las raciones andaluzas tienen categoría de real, porque aparte de ser vivas tal y como cualquier persona que haya estado aquí puede contarte, como casi todo en la vida hay que experimentarlas para luego no tener letras ni enunciados ni exposiciones con las cuales describirlas. El sopor iba haciendo mella en todos, pero íbamos escoltando al mariscal de la belleza para su encuentro con Don Porteador; siguiendo las indicaciones exactas del individuo nos vemos justo delante de una comisaría de policía y a un elemento de tupido pelo negro azabache que saca un teléfono móvil y llama a nuestro bello. Es cuando no podemos dar crédito a la situación pero es que, así es nuestra patria, donde todo se permite sin que se acepte; esperándonos estaba el suministrador infame al lado de la mismísima ley saltándosela en sus narices como si el esperpento volviera a nacer; la máxima expresión del cachondeo nacional no consiste en soltar a un ladrón confeso de fondos pagados con el sufrimiento de muchos, ni en pedir explicaciones al cónyuge por unos cuernos cuando se responde que lo siente de verdad y que no volverá a ocurrir (ya se sabe, más vale pedir perdón que pedir permiso según los infractores), pero eso que se llevan al cuerpo. Lo más grande que puede vivir un joven no demasiado experto en estas andaduras es que te esperen para suministrarte hachís junto a un edificio donde trabajan agentes del orden al servicio del desorden patrio.
El despelote de la tropa era monumental, hasta el punto que uno de nosotros acompañó a nuestro querido amigo que viendo las caras que ponía, y aunque se nos hacía imposible verlo más horrible todavía, los nervios atenazando su trompa lo hacían más horrendo si cabe. Tengamos en cuenta que somos personas con cultura y estudios más que superiores, amparados por la comida servida y la ropa bien puesta para el lustre de nuestros cuerpos, y que el mayor enfrentamiento que habíamos tenido ante la universidad de la vida fueron malentendidos con las presentes y pasadas novias, o un “le dejo una señal y mañana vuelvo por el pantalón”, pero poco más.
El porteador nos acompañó a una esquina contigua al edificio policial y nos dijo con serenidad y desparpajo:
– ¿Cuánto queréis chicos?
Respuesta inmediata del guapo rematado:
– Con una china de tres euros nos basta, pero de buena calidad tronco.
Su proveedor se ofendió por la mirada que nos echó, y es que su género parece como hecho por las mejores plantaciones; nos dijo de un modo muy seco:
– ¡Quillo esto es crema buena, inmejorable!
Y nosotros consintiendo como lelos desentendiéndonos del mercado, la materia prima, el canal de distribución, la logística y los márgenes comerciales; somos de letras puras y de ciencias poco científicas. El señor nos aseguró, perjuró y garantizó que viniendo de parte de quien veníamos no podía fallar.
Pedimos entonces la joya de la cordillera del atlas, y nos fuimos de ahí una vez pagado el asunto sin mirar a nada ni a nadie; nos faltaban las gabardinas para ser más evidentes del delito contra la salud pública que estábamos cometiendo. Pero era nuestro último día, nuestra última noche, la despedida tenía que ser a lo grande acompañada de los grandes del lugar no privándonos de casi nada; bueno sí, de la compañía femenina, ya que a pesar de ser novedad, las mujeres solamente querían hasta estos instantes metales y papeles avalados por el banco sin saber que hablaban e intercambiaban impresiones con máquinas de amar y gratificar.
El bonito fallido volvía a ser protagonista de la historia:
– ¡Nenes tenemos el género, nos vamos a poner suaves!
No era el momento; necesitábamos apagar un par de horas si nuestra meta era nocturna, y no de carrera corta; nos tocaba la maratón hecha festival de cena con otras alhajas. El colofón a nuestra llegada y próxima partida a partir de las nueve de la noche, fue un refrigerio en un sitio de prestigio ganado por ellos y soñado o más bien envidiado por otros de su mismo sector. La carne cojonuda, la mejor que había probado hasta ahora, certificando que he probado en distintos reinos y villas cada vez que salgo del cortijo; era algo sinceramente exquisito y de mucha clase. El vino delicioso, con una entrada en la garganta que era digna de gloria. Nos cebábamos como si el mundo fuera a acabarse (y acabará, por lo menos nuestra existencia en él), conscientes que el periplo por los sitios de moda de la ciudad nos llevaría hasta la extenuación hepática, hasta del desmadre cerebral. Y siempre tiene que salir de nuevo a colación el feo; guardaba su cigarrillo híbrido como oro en paño, listo para ser degustado a la vuelta a la posada con el fin de poder entrar en trance durante el trayecto al descanso considerado por él mismo casi divino; uno de nosotros estaba un poco triste porque se acaba la aventura, la libertad de actos en esta esplendorosa ciudad. Saber que no puedes escapar de la monotonía, que estas vivencias son efímeras en el cuerpo pero perpetuadas en nuestras mentes nos ponen melancólicos, con toda su razón de ser. Deberíamos poder experimentar aquellos que no robamos ni matamos, la ventaja de poder disponer de fondos para disfrutar de una caminata lúdica por nuestra juventud sin estrés ni preocupaciones propias de las mañanas a la misma hora, listos para malgastar nuestros segundos en actuar como androides a las órdenes de capullos inservibles e improductivos que provocan mala salud. Vimos de garito en garito ejemplos de lo que debe ser una joven despampanante e inalcanzable; bocas abiertas, piropos a cientos, y ellas acostumbradas a la adulación, maestras del deseo masculino agradecían nuestras sugerencias como bellísimos cumplidos con sonrisas que esbozaban lujuria contenida y orgullo de sentirse deseadas, que no queridas (hay mucha diferencia).
Las melopeas del grupo iban surgiendo con risas propias de la inmensa gratitud que teníamos todos al poder estar juntos sin vigilancia. Paco el cerebrito tenía tan poca costumbre de darle a lo etílico, fermentado o destilado, que resbaló en el portal de un local de ambiente; cayó con el trasero en el suelo sin fuerzas para evitarlo, y menos para socorrerle; porque Paquito, reía, reía, y reía hasta que casi se mea. Paquito es un personaje. De familia más que modesta (su padre, sencillo contable en una fábrica de mierda ya que era gobernada por mierdas) enfermó del corazón, pero tuvo la suerte de retirarse antes de tiempo con una buena paga. El hijo, pasado ese disgusto estuvo obligado a pagarse los estudios trabajando de tardes; pero como nuestro Dios es bien justo, bendijo a Paquito con una cabeza prodigiosa y un pundonor no menos pequeño;
FIN Parte II
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