Según Isaac Newton el tiempo es un regalo divino y como tal es perfecto, absoluto y real como el propio Dios. En su obra Principios matemáticos de la filosofía natural (1687) lo deja claro: “El tiempo absoluto, verdadero y matemático, sin relación a nada exterior, fluye uniformemente, y se llama duración. El tiempo relativo, aparente y vulgar, es esa medida sensible y externa de una parte de duración cualquiera (igual o desigual) tomada del movimiento: tales son las medidas de horas, días, meses, etc., de las cuales el vulgo hace uso en lugar del tiempo verdadero (...) Dios es eterno e infinito, omnipotente y omnisciente, es decir, dura desde la eternidad hasta la eternidad y está presente desde el principio hasta el infinito: lo rige todo; lo conoce todo, lo que sucede y lo que puede suceder. Dura siempre y está presente en todo lugar, y existiendo siempre y en todo lugar, constituye a la duración y al espacio”. Newton sostiene la realidad absoluta del espacio y del tiempo, recipientes infinitos que contienen todo lo existente al igual que Dios.
El gran rival de Newton fue Leibniz (Goku vs Vegeta), no sólo en la popular disputa por el cálculo infinitesimal, sino en la cuestión espacio-temporal. Leibniz sostenía una visión mucho más empírica del espacio y el tiempo; escribe en sus Principios Metafísicos de la matemática (1714-1716): “La duración es la magnitud del tiempo. Si la magnitud del tiempo disminuye continuamente de modo uniforme, el tiempo desaparece en el momento cuya magnitud es nula. El espacio es el orden de coexistir, esto es, el orden de existir de los entes simultáneos. Los entes se juzgan más próximos o más remotos en ambos órdenes (del tiempo y del espacio) según se requieran más o menos entes adicionales para captar el orden entre ellos”. Es decir, espacio y tiempo son correlacionales. Y los seres humanos adquieren las nociones de espacio y tiempo a través de su relación con el mundo empírico. La característica newtoniana de recipientes en los que se ubica todo no sirve para Leibniz. El espacio vacío no existe porque no hay cuerpos que se relacionen en él, como tampoco existiría el tiempo en un Universo vacío ya que el tiempo es la medida de los cambios entre las relaciones de los diferentes cuerpos: “Sostengo que el espacio es algo meramente relativo, lo mismo que el tiempo. No hay instantes aparte de las cosas”. Donde no hay objetos, no hay espacio. Donde no hay sucesos, no hay tiempo.
Más tarde Immanuel Kant rechazaría el relacionismo empírico de Leibniz y pondría en cuestión la visión divina y real del tiempo y el espacio newtoniana, argumentando que ni tiempo ni espacio podían analizarse de manera directa, siendo intuiciones a priori que perfilan nuestra relación con el mundo. En su Crítica de la razón pura (1781), en La doctrina trascendental de los elementos dice lo siguiente sobre La exposición metafísica del tiempo: “1) El tiempo no es un concepto empírico que haya sido extraído de alguna experiencia. Pues ni la simultaneidad ni la sucesión se presentarían en la percepción, si no estuviera a priori, en el fundamento, la representación del tiempo. 2) Con respecto a los fenómenos en general, no se puede suprimir el tiempo mismo, aunque muy bien se puede sacar del tiempo los fenómenos. Por consiguiente, el tiempo está dado a priori. Sólo en él es posible toda la realidad efectiva de los fenómenos. 3) El tiempo tiene sólo una dimensión; diferentes tiempos no son simultáneos, sino sucesivos (así como diferentes espacios no son sucesivos, sino simultáneos). Estos principios no pueden ser obtenidos de la experiencia, pues ésta no daría ni universalidad estricta, ni certeza apodíctica. 4) El tiempo no es un concepto discursivo, o, como se suele decir, universal; sino una forma pura de la intuición sensible. Diferentes tiempos son solamente partes del mismo tiempo. 5) La infinitud del tiempo no significa nada más, sino que toda cantidad determinada del tiempo es posible sólo mediante limitaciones de un tiempo único que sirve de fundamento. Por eso, la representación originaria tiempo debe ser dada como ilimitada”.
¡Qué don de la palabra escrita tiene el maestro Kant! Es tan cristalino como un agujero negro o un monólogo de Antonio Ozores (otro gran filósofo a priori). Simplificando (mucho) y pasando por alto su refutación del idealismo, lo que viene a decir Kant es que el tiempo (junto al espacio) es una forma de percepción que nos ayuda a ordenar lo que nos llega a través de los sentidos. Como Descartes, Kant piensa que nacemos con un software incorporado y el tiempo y el espacio forman parte de ese software, no del mundo exterior: “Todo lo que se intuye en el espacio y el tiempo, y por lo tanto todos los objetos de cualquier experiencia posible para nosotros, son sólo apariencias, no tienen existencia independiente fuera de nuestros pensamientos”. La revolución de Kant, que él mismo denominó copernicana (era un tipo tan modesto como cristalino), lo que hizo fue despojar al espacio y al tiempo de su carácter objetivo y así aceptar que por muy inmenso, extenso y vasto que sea el Universo lo que conocemos de él es básicamente una imagen creada por nosotros mismos. Por eso rechaza el relacionismo de Leibniz: no podemos percibir objetos o eventos sin disposición espacial o temporal, por lo tanto, el espacio y el tiempo no se derivan de nuestras experiencias relacionales, ya vienen dados, son intrínsecos a todos nosotros. El espacio y el tiempo no están creados por Dios, están creados por nosotros. No son algo externo e independiente, forman parte de nuestra percepción interna del mundo. Pero ojo, Kant no rechaza del todo la visión de Newton: Kant difiere del carácter real del espacio y tiempo newtoniano, estableciendo que son conceptos ideales, a priori, y dependen de nuestra conciencia pero comparte con Newton la homogeneidad de ambos, su propiedad es absoluta, no relativa. Según Kant el tiempo y el espacio siguen manteniendo su singularidad absoluta y homogénea con respecto a nuestra sensibilidad a priori, cuando conocemos algo lo conocemos en relación a nuestro tiempo y espacio absolutos, y este conocimiento es idéntico en todos los sujetos trascendentales.
Albert Einstein leyó la Crítica de la razón pura con 13 años. Y, aparentemente, la refutó años después con su teoría de la relatividad. Para Kant nos representamos en un solo, único y homogéneo tiempo. Según Einstein: “Hay tantos tiempos y lugares como sistemas de referencia”. Algo muy parecido a lo que pensaba Leibniz, para el que todo estaba en movimiento, desde las minúsculas mónadas hasta las estrellas gigantes, y todo mantenía múltiples relaciones en la yuxtaposición del espacio y en la sucesión del tiempo. Al rechazar la magnitud absoluta del tiempo, Leibniz dirigió la atención a la relación de la duración entre los diferentes sucesos. Es decir, el tiempo es una propiedad de los sucesos. Esto concuerda con el término que Einstein llamará “tiempo propio”. Según la teoría de la relatividad especial cada cuerpo tiene su tiempo propio en comparación con un cuerpo que se mueve relativamente a él. Entra en juego el movimiento. Recordemos a Aristóteles y su concepto del tiempo en el Libro IV de su Física: “Es evidente, entonces, que el tiempo es movimiento según el antes y después”. Por lo tanto, no es relevante la realidad del tiempo en sí misma sino el movimiento. Observamos y comparamos movimientos entre sí y usamos el tiempo como medida dependiendo del antes o después. Si aplicamos el modelo aristotélico a la teoría de la relatividad de Einstein podríamos afirmar que el tiempo es la medida del movimiento (velocidad) de la luz. El filósofo alemán Rüdiger Safranski expone lo siguiente sobre la teoría de Einstein en su libro Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir: “Cuanto más rápidamente se mueve alguien en relación con otro, tanto mayor es la lentitud con que transcurre el tiempo para él, visto en cada caso desde la perspectiva de otro. Por tanto, se trata siempre del tiempo en relación con el propio movimiento y el movimiento de otro objeto. En consecuencia, la teoría de la relatividad debería llamarse con mayor propiedad teoría del tiempo como relación al movimiento de la luz”.
Diez años después de la teoría de la relatividad especial Einstein publica la teoría de la relatividad general. La diferencia es que en esta última Einstein incluye la gravitación, con lo que formuló una segunda teoría: el tiempo no sólo depende de los movimientos respectivos y de las relaciones entre ellos, sino también de las masas en el entorno correspondiente. El tiempo está influido también por la gravitación, es decir, el tiempo es una magnitud que no sólo depende del movimiento en el espacio, sino también del espacio mismo y de la gravitación que opera en él. Aquí Einstein va más allá y desarrolla el concepto espacio-tiempo. Todo objeto, según el posicionamiento en el espacio y según el movimiento (en relación con otros movimientos) tiene su tiempo propio. En cada punto del Universo, según el movimiento propio y la cercanía a masas gravitatorias, el tiempo pasa de manera distinta, más rápida o lentamente, en comparación con otros puntos. Queda disuelto el tiempo absoluto. No hay ningún patrón absoluto de medición para todos los sucesos, lo único que puede hacerse es comparar entre sí los diferentes tiempos, es decir, las respectivas duraciones, muy similar a lo que comentaba Leibniz. No puede haber un reloj absoluto capaz de medir todo, no existe un tiempo único. Si cada objeto movido en el espacio tiene un tiempo propio en comparación con objetos que se mueven de otro modo, tampoco existe lo que se llama simultaneidad. Si el tiempo ocurre a diferente tempo para cada observador dependiendo de las velocidades respectivas de sus marcos de referencia, el tiempo no puede ser una propiedad objetiva del Universo material sino que depende de la percepción de los observadores. Curiosamente en este término la teoría de Einstein parece confirmar lo que Kant afirmaba: el tiempo es una característica de la conciencia humana. ¿Era Einstein un idealista trascendental?
En Mis creencias, una recopilación de escritos, artículos y conferencias, Einstein escribió en el texto La teoría del conocimiento de Bertrand Russell: “Si tenemos conocimientos ciertos, definidos, deben basarse en la razón misma. Así sucede, por ejemplo, con las proposiciones de la geometría y con el principio de causalidad. Estos tipos de conocimiento y otros tipos determinados son, como si dijésemos, una parte de los instrumentos del pensamiento y no han de obtenerse, pues, previamente a partir de los datos sensoriales. Es decir, son conocimientos a priori. Hoy, todo el mundo sabe que los mencionados conceptos no contienen nada de la certeza, de la inevitabilidad intrínseca que le había atribuido Kant. Considero, no obstante, que de la exposición que formula Kant del problema es correcto lo que sigue: Al pensar, utilizamos, mediante cierta «corrección», conceptos a los que no hay ningún acceso si se parte de los materiales de la experiencia sensible, si se enfoca la situación desde el punto de vista lógico”. Einstein parecía jugar al despiste, una de cal otra de arena. No le hacía gracia la inevitabilidad kantiana ni su universalidad. Pero… ¿qué ocurre con la luz? La velocidad finita y constante de la luz es la piedra angular de la teoría de la relatividad. O sea que para Einstein el tiempo y el espacio son relativos pero la velocidad de la luz es ¿absoluta?, ¿universal?, ¿inevitable? ¿Había secularizado Einstein el concepto teológico del tiempo newtoniano a través de una “luz divina”? En su magnífico libro El físico y el filósofo: Albert Einstein, Henri Bergson y el debate que cambió nuestra comprensión del tiempo, la física e historiadora de las ciencias Jimena Canales comenta: “La constancia de la velocidad de la luz —uno de los pilares de la teoría de la relatividad— se citaba como una nueva forma de absolutismo: «Para Einstein, la luz es el nuevo y único absoluto en un mundo en que todo lo demás es relativo» señalaba el filósofo William Pepperell Montague. El matemático Minkowski (que había ayudado a desarrollar la base matemática de la teoría) prefería tildar la teoría de la relatividad de «postulado del mundo absoluto»; y Einstein llegó a pensar que la etiqueta «relatividad» era ciertamente un nombre equivocado”.
El libro de Canales es fundamental para entender no sólo el enfrentamiento intelectual entre Einstein y Bergson (Goku vs Vegeta II) sino también para mostrar como filosofía y ciencia están excesivamente confrontadas desde que acabó el Renacimiento, y sería interesante que intentaran complementarse mutuamente. Cuando en 1922 Einstein le dijo a Bergson: “El tiempo de los filósofos no existe” estaba en un auditorio invitado por filósofos. Bergson escribió ese mismo año su libro Duración y simultaneidad planteando una confrontación con Einstein y su teoría de la relatividad. Lo que trataba de hacer Bergson era una indagación filosófica, no técnica (de hecho aceptaba los hechos de la teoría de la relatividad); quería plantear cuestiones más profundas. A la pregunta ¿qué es el tiempo? Einstein respondía: “Lo que mide el reloj” y Bergson añadía: “Pero si los relojes han sido inventados por nosotros con propósitos de control temporal…” Qué es el tiempo… lo que miden los relojes… qué es el reloj… lo que mide el tiempo… Se atascaron en esa circularidad que les llevó a un diálogo de besugos que refleja la falta de comunicación habitual entre ciencia y filosofía (o humanidades). Einstein argumentaba que solo había un tiempo y espacio, el de la física, y que lo que Bergson estaba buscando no era más que tiempo subjetivo, el de la psicología. Y Einstein ganó el enfrentamiento, de hecho todo el mundo conoce (aunque sea mínimamente) la figura de Einstein, mientras que Bergson está absolutamente olvidado. Con respecto a este enfrentamiento el filósofo Bruno Latour escribió en su artículo Some Experiments in Art and Politics: “Reconocemos aquí el método clásico en que los científicos lidian con la filosofía, la política y el arte: «Lo que decís puede ser bello e interesante, pero carece de relevancia cosmológica porque solo atañe a los elementos subjetivos, el mundo vivido, no el mundo real»”.
Para Einstein el tiempo tiene que ser medible. Las cosas no pueden suceder a la vez puesto que cada una lleva una medición propia y es imposible medir todo lo que sucede en el Universo, todo posee un tiempo propio. No hay simultaneidad. Para Bergson el tiempo no es sólo la medida del movimiento (Aristóteles/Einstein) sino que en el mismo movimiento opera el tiempo. Esto quiere decir que hay evolución, es decir, un antes y un después en el Universo que fluye constantemente y además es irreversible. El reproche que hacía Bergson a Einstein era que “el no poder medir la simultaneidad científicamente no quiere decir que no exista”. Según Bergson mientras yo estoy escribiendo este texto un extraterrestre en Saturno puede estar haciendo algo al mismo tiempo aunque sea imposible de medir por la ciencia debido a la velocidad de la luz y a la curvatura del espacio-tiempo. Bergson distinguía entre la duración real vital, la vida vivida en sí misma y la medición del tiempo por los físicos que no deja de ser una construcción conceptual segmentada (relojes, cronómetros, patrones de referencias matemáticas como los minutos, segundos etc.). El tiempo real para Bergson es un discurrir constante, todo va cambiando en el presente, es un ahora en continuo flujo. El paralelismo es evidente: Einstein era Parménides, Bergson era Heráclito. Recordemos la conocidísima doctrina del flujo perpetuo de Heráclito: “Todo se mueve y nada permanece y en el mismo río no nos bañamos dos veces”. Recordemos la igualmente popular descripción del Universo de Parménides: “El Universo es eterno, no engendrado, esférico y homogéneo, carente de espacio en sí mismo, inmóvil y limitado”. Einstein y Minkowski tenían una descripción y concepción similar del Universo: un bloque. El continuo espacio-tiempo y el universo-bloque de Einstein y Minkowski plantea ciertas preguntas filosóficas que curiosamente formuló un físico británico y pionero de la radio, Oliver Lodge, en 1920: “¿Está ese universo fijado para la eternidad, con nuestra estrecha conciencia tridimensional desplazándose por él? ¿Está el futuro establecido de antemano y simplemente espera a ser introducido en nuestro rango de conocimientos tridimensional? ¿No existe ningún elemento de contingencia? ¿Ni el libre albedrío?”.
Detengámonos un rato en la cuestión lógica del lenguaje. El lenguaje se mueve entre el pasado y el futuro con un simple cambio verbal. Aristóteles returns: La oposición de los futuros contingentes, Sobre la interpretación (Tratado de Lógica): “En las cosas que son y las que fueron es necesario que o la afirmación o la negación sea verdadera o falsa”. Es decir, los enunciados sobre el pasado o el presente son verdaderos o falsos, no hay más. ¿Y sobre el futuro? Ayer hubo un concierto de Iron Maiden es un enunciado demostrable, o lo hubo o no. Verdadero o falso. El mes que viene habrá un concierto de Iron Maiden no es demostrable, no es ni verdadero ni falso. Aristóteles definía la lógica del futuro como indeterminada, contingente, inestable, desconocida… Pero existe el futuro perfecto (no en todas las lenguas): El mes que viene habrá tenido lugar un concierto de Iron Maiden. Lo sabremos cuando llegue el momento. Parecerá haber sido inevitable. La lógica y su traslación al lenguaje parece sugerir una visión eternalista, un universo rígido. El pack del universo-bloque y el continuo espacio-tiempo nos libera de la sensación intuitiva común de que el pasado y el futuro son muy diferentes. Bertrand Russell en su libro Misticismo y Lógica es diáfano: “Debe reconocerse que el pasado y el futuro son tan reales como el presente, y al pensamiento filosófico le resulta esencial cierta emancipación de la esclavitud del tiempo. La importancia del tiempo es más práctica que teórica, y tiene más relación con nuestros deseos que con la verdad. Creo que se obtiene una imagen más verdadera del mundo considerando que las cosas entran en el discurrir del tiempo desde un mundo eterno exterior que con un punto de vista que ve en el tiempo al tirano devorador de todo lo que es”.
Doble tirabuzón y salto mortal. El lógico y matemático Kurt Gödel (famoso por su teorema de la incompletitud), amigo y colega de Einstein en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, planteó una singular solución a las ecuaciones gravitacionales de Einstein en 1949. Consiste en un universo que ni se expande ni se contrae, sino que gira (To everything, turn, turn, turn… cantaban The Byrds). El universo de Gödel se halla en permanente rotación, las distancias entre galaxias no cambian con el tiempo ya que se mueven más deprisa que la luz puesto que están a una distancia lo suficientemente grande para no cruzarse (recordemos que la relatividad afirma que la velocidad relativa de las galaxias cuyas trayectorias se cruzan no puede superar la de la luz). Un fotón emitido en el universo de Gödel trataría de avanzar en línea recta pero dado que el universo está girando, trazaría en realidad una amplia curva como un bumerán. Si dejáramos nuestra galaxia e hiciésemos un viaje corto, regresaríamos después de la salida. Pero si el viaje es largo y transcurre a una velocidad cercana a la de la luz, podríamos volver a casa justo en el mismo momento de salir. Como la luz sigue trayectorias curvas, como un bumerán, podríamos acelerar continuamente nuestra nave espacial de tal modo que atajara la trayectoria de un rayo de luz y lo adelantara. Gödel llevó la teoría de Einstein a un nuevo terreno: los viajes en el tiempo. El viaje al pasado es, según Gödel, posible en el marco de la gravitación einsteiniana. Una pena vivir en un universo que se expande como una enorme mancha de aceite y no gira como una gigantesca peonza.
Todos ustedes, zombies (1959) es uno de los mejores relatos de ciencia ficción jamás escritos. Robert Heinlein plantea una incursión en el viaje espacio-temporal lleno de paradojas, hiperstición, solipsismo y pulsión metafísica. Ben Bova trasladó la idea original de Heinlein a su novela Orion (1984) en la que un viaje en el tiempo permite a los humanos del futuro regresar al pasado y crear la raza humana, es decir, los humanos se crean a sí mismos alterando (o pervirtiendo) el origen de las especies. ¿Podría la (improbable) unión entre la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica llegar a plantear viajes espacio-temporales que permitan que el universo se origine a sí mismo? ¿Es más importante saber de dónde venimos o hacia dónde vamos? Quizás sea el mismo sitio.
Casi al final del relato de Heinlein, Jane dice: “Yo sé de dónde he venido…, pero ¿de dónde han venido todos ustedes, zombies?”.
*Gracias a Carol por su inestimable ayuda en la revisión y corrección de este texto
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