En el fondo, un crimen (Huerga y Fierro, 2024)

Difunde cultura

Ese techo, tranquilo de palomas,

palpita entre los pinos y las tumbas.

El Mediodía justo en él enciende

El mar, el mar, sin cesar empezando…

Recompensa después de un pensamiento:

Mirar por fin la calma de los dioses”.


Paul Valéry, El cementerio marino, 1920

Soledad. Identidad. Deseo. Idoia Arbillaga se mueve como pez en el agua engarzando estas tres ideas de manera reflexiva, intensa y ambigua en su, hasta el momento, única novela: En el fondo, un crimen. Juan Carlos Mestre, autor de la acuarela que la novelista escogió como portada de su libro, escribe lo siguiente en su texto Elogio de la palabra: “Pienso que, al igual que las personas, también las palabras son responsables unas de otras, seres de conocimiento vinculados por los modos del azar, herramientas comprometidas en la tarea de lo inexpresable o acaso espejos sin reflejo de las aún no visibles semejanzas entre el saber de lo aparente real y las formas de otro saber en las desconocidas aldeas celestes”. Estas palabras de Mestre son trasladadas por Idoia mediante la narración coral y nítida de su novela, que juega con la mezcla de varios géneros y modelos narrativos: el noir, el lirismo onírico, el drama intimista e incluso algunas pinceladas de crónica periodística con respecto al naufragio del Sirio en las costas murcianas de cabo de Palos a principios del siglo veinte. La novela destila un considerable aroma cinematográfico sin caer en el cliché del guion novelado que se aleja del lenguaje literario. Estamos ante una obra apasionadamente literaria en la que son tan importantes las descripciones concisas y meticulosas como las elipsis intrigantes y secretas. Este refinado virtuosismo narrativo entre lo visible y lo velado ayuda a crear esa atmósfera cinematográfica que, de manera orgánica, incita a una adaptación a la gran pantalla.

La soledad se hace patente en las escenas relativas al buceo (práctica deportiva que Idoia conoce perfectamente). Desde las primeras páginas asistimos a la descripción de esos momentos oníricos submarinos en los cuales el sueño se puede convertir en muerte. En su libro Tras la sombra de un submarino el escritor Robert Kurson escribe: “A pesar de todas las cosas que un buzo de aguas profundas lleva al fondo del mar, lo más sorprendente es que no lleva ningún compañero. En el buceo recreativo y de poca profundidad, el sistema de compañeros es un evangelio. Los buzos siempre se mueven en pareja, preparados para auxiliarse mutuamente. En las aguas claras y someras el sistema de compañeros es una política inteligente. Uno de ellos puede llevar al otro a la superficie si es necesario, o desengancharlo de una línea de pesca. Su mera presencia otorga comodidad y tranquilidad. Por el contrario, en el fondo del Atlántico, un buzo bienintencionado puede matarse a sí mismo y a su colega. Tal vez quede atrapado en un compartimento estrecho de un barco hundido donde se metió para ayudar a otro submarinista, o quizá termine enturbiando tanto la visibilidad que ninguno de los dos sea capaz de encontrar la salida. Si intenta compartir el aire con un buzo asustado —respiración compartida, una operación básica en el submarinismo recreativo—, también se juega la vida”. En el fondo, un crimen profundiza en estas contradicciones singulares del buceo de pecios donde la ayuda de los compañeros de inmersión puede ser fatal, e Idoia lo conecta con las relaciones personales de algunos personajes que funcionan, a la vez, como salvación y condena de sus vidas emocionales. La ambigüedad no sólo se queda aquí: el impulso profundamente vitalista del buceo se enfrenta al arrebato por la soledad que siente el buzo en las profundidades abisales, provocando una ensoñación que genera una suerte de deseo incontenible por dejarse llevar y desaparecer en la atrayente inmensidad del fondo marino. En palabras de la propia Idoia: “Bucear es como flotar en el líquido amniótico, la atracción por la vuelta al origen”.

La novela explora el deseo desde sus paradojas. El deseo es algo nuestro (exclusivamente humano) pero, al mismo tiempo, es una fuerza que no podemos gobernar, nos supera, es una trascendencia; el deseo habita en nosotros, pero está más allá de nosotros mismos; habita en nuestros egos, pero los egos no son capaces de gobernar esa experiencia. Donde está el ego no hay deseo, y donde hay deseo no hay yo. En el fondo, un crimen bucea en el deseo (a veces material, a veces espiritual) de todos sus personajes. Y lo hace a través de la paradoja lacaniana: “el deseo es el deseo del deseo del otro”. Sin la mirada del otro no hay deseo, sin el deseo del otro no hay deseo propio. Es decir, la alteridad es fundamental en la vida humana y el deseo conforma esa necesidad que se vuelca hacia los demás. Idoia usa maravillosamente la metanarrativa para exponer los deseos de sus personajes a través de esta visión social y comunitaria. Las diversas historias de la novela están interconectadas entre sí, no son islas enclaustradas en sí mismas, todas las relaciones que se describen en la novela conforman un universo colectivo pleno de deseos mutuos e imágenes especulares. No estamos ante una novela meramente episódica, sino ante una novela oceánica y coral que narra, con cierto tono de bildungsroman, la compleja experiencia vital de los personajes que retrata.

En el fondo, un crimen tiene una conexión evidente con el género noir mediante el uso de las identidades. Todos los personajes de la novela esconden o enmascaran sus verdaderas identidades para eludir posibles peligros vitales o medrar en sus estatus sociales. Idoia elabora un juego de espejos entre los diferentes personajes que ayuda a crear un mundo repleto de dobles (Claudia / Irene, Samuel / Didac, Lucrecia / Claudia, José Carlos / Irene, Claudia / Andrea…) donde la narrativa propone una introspección psicológica de los personajes sutil e ingeniosa. La figura de Claudia tiene un papel principal en la narración que también la emparenta con el género noir en su rol de femme fatale. Una mujer sensual, misteriosa y seductora, que oculta las cicatrices de un pasado sombrío que saldrá a la luz de manera fluida, ágil y dinámica. Irene actúa como contrapunto especular de Claudia en su condición socioeconómica. No es baladí que uno de los libros favoritos de Irene sea El Manantial de Ayn Rand, ideóloga del perspectivismo objetivista y defensora del egoísmo individualista. Es muy sugerente indagar en la paradójica personalidad de Irene como constructo empoderador femenino gracias al neoliberalismo capitalista, una especie de doble de José Carlos en el terreno más materialista. Irene también hace gala de un cierto carácter melodramático y supuestamente “rebelde” que enfatiza la influencia de esa ideología solipsista y ególatra. El peso narrativo que tiene la relación entre Irene y Claudia es enorme pero muy medido y equilibrado, dando el respiro suficiente para que otros personajes aparentemente secundarios se muestren con su propio protagonismo. En el tratamiento de esta relación tormentosa podemos atisbar ciertos guiños a Patricia Highsmith (el noir está siempre sobrevolando la novela) y su drama intimista Carol.

Merece especial atención el fantástico uso de los flashbacks y las anticipaciones. En el fondo, un crimen se mueve de manera sinuosa e hipnótica hacia delante y atrás en el tiempo narrativo. Con este bamboleo de una embarcación que se deja llevar por la corriente marina, los lectores encontrarán un espacio y tiempo ficcional en el que las diversas tramas se entrelazan y relevan unas a otras con un ritmo ameno, placentero y gratamente poético. Una magnífica oportunidad para bucear en una obra literaria tan evocadora, enigmática y asombrosa como las ruinas resplandecientes de un naufragio hundido en lo más profundo del fondo marino.


0,0
0,0 de 5 estrellas (basado en 0 reseñas)
Excelente0%
Muy buena0%
Media0%
Mala0%
Muy mala0%

No hay reseñas todavía. Sé el primero en escribir una.