Culto a la Interioridad Atrofiada o la Impostura del Adefesio

Difunde cultura

Lisa: ¿Qué sientes? Algo habrá en tu interior…

Nelson: Tripas… y cosas negras… ah y unas cincuenta salchichas”


Los Simpsons, Temporada 8, Episodio 7.

Hay que buscarse dentro, fuera da miedito. Nichos de mercado para todo tipo de dummies: neo-estoicos sobredimensionados forjados en los hierros de gimnasios conventuales, budistas de medio pelo que salen de picnic los domingos, minimalistas al estilo kardashian o kondo que reflejan sus encefalogramas en paredes blancas limpias de ornamentos, multitud de terapias post-new-age que sacan lo “mejor” de ti, tu pareja, tu mascota o tu colon and so on. La idealización del interior es un negocio de autoayuda muy fructífero porque retrata el “yo interno” como un paraíso íntimo pueril, donde olemos flores artificialmente perfumadas mientras meditamos y jugamos al churro, mediamanga, mangotero con nosotros mismos para ser “mejores”, más disciplinados y estar totalmente focalizados en una suerte de auto-aprendizaje onanista que promete sacarnos de nuestra supuesta superficialidad; pero cuando te hacen una colonoscopia y te meten un tubo con una pequeña cámara por el aposteriori, lo que se ve en el monitor no tiene nada que ver con la penosa infantilización sobreactuada en El chip prodigioso: mucosas, pliegues, vellosidades, bultos, tejido adiposo, ganglios, etc. Si echamos un vistazo a nuestro interior la cosa se pone fea.

El culto al “yo interior” es, obviamente, un culto religioso. La secularización es el proceso mediante el cual el individuo se desentiende de la dominación por parte de símbolos e instituciones sagradas, es decir, los instrumentos tradicionales de control social se van desmantelando en favor de una vivencia interior de la trascendencia. Se genera un repliegue de la vida comunitaria a un nuevo espacio restringido: la conciencia personal que ya no funciona bajo la forma de rituales externos, sino bajo la vivencia emocional de lo sobrenatural. Por lo tanto la secularización es la subjetivación de la experiencia religiosa. La religión se identifica así con la “experiencia del corazón” y sólo sobrevive instalada en la vivencia íntima. La Reforma protestante supuso una revolución en el ámbito íntimo-místico: el individuo quedaba liberado de las cadenas que el ritual le imponía, poniéndose a merced de la elección de su propio camino moral y a la espera de merecer esa luz interior con que el Espíritu Santo alumbra el corazón de los elegidos. Marx lo vio claro, en su introducción a la Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel escribe: “Lutero ha vencido la servidumbre fundada en la devoción, porque ha colocado en su puesto a la servidumbre fundada sobre la convicción. Ha infringido la fe en la autoridad, porque ha restaurado la autoridad de la fe. Ha transformado los clérigos en laicos, porque ha convertido los laicos en clérigos. Ha liberado al hombre de la religiosidad externa, porque ha recluido la religiosidad en la intimidad del hombre. Ha emancipado al cuerpo de las cadenas porque ha encadenado al sentimiento”. Se cambian las cadenas de lugar pero la sumisión permanece, de la externalización opresiva se pasa a la internalización represiva.

La teología reformista se fundamenta en la división interior vs. exterior. Lo exterior es lo visible, lo social, lo corporal, mientras que lo interior es lo inefable, lo espiritual, lo esencial, la fe. La entidad trascendente (con sus eternas cadenas) pasó del mundo fáctico a la propia subjetividad. Max Weber sobre el ascetismo intramundano en La ética protestante y el espíritu del capitalismo: La más elevada vivencia religiosa a que aspira la piedad luterana (singularmente en el curso de su evolución durante el siglo XVII) es la unio mystica con Dios. Como ya lo indica la palabra (desconocida para la Iglesia reformada), se trata de un sentimiento sustancial de Dios: el sentimiento de una efectiva penetración de lo divino en el alma creyente, cualitativamente análogo a los efectos de la contemplación en los místicos alemanes, y caracterizado por su carácter pasivo, enderezado tan sólo a satisfacer el anhelo de reposar en Dios, y su pura afectiva interioridad”. Es decir, la inmanencia de Dios sólo podía ser percibida a través de la experiencia íntima, a la vez que se consideraba blasfema toda pretensión de que el mundo podía servir como soporte o medio para la expresión de lo trascendente. Esa desterritorialización de Dios lo desaloja de lo cronológico y lo geográfico. Aunque Dios actúa sobre el tiempo y el espacio no puede estar ni en el espacio ni en el tiempo, sino sólo dentro de cada cual. El espacio y el tiempo pertenecen, en el dualismo cartesiano y en la teología protestante, al campo categorial de lo exterior, asociado al cuerpo, a la materia, a aquellas vías en las que lo único sobrehumano que podría manifestarse serían potencias malignas. Si el interior es lo reglado, lo moral, lo verdadero, el hogar, el corazón… El exterior es, obviamente, lo desordenado, lo hostil, lo pulsional, lo inmoral, la calle, el cuerpo… Por un lado el ordenamiento de la fe espiritual individual, que sólo puede existir bajo la fiscalización de la soledad del propio individuo y su moral introyectada en lo más impasible de su individualidad; y por el otro la corrupción de la materialidad corporal. En definitiva, se sustituye la sensibilidad por la sentimentalidad: la religión del corazón.

Hoy los emojis de corazoncitos se usan masivamente para expresar gustos, preferencias y complacencias en el mundo cibernético-algorítmico (el único mundo existente). ¿Son estos emojis una suerte de fetiches? Si establecemos una continuidad de la desterritorialización divina protestante hasta ahora, Internet es la nueva fe desterritorializada. Para el capitalismo tardío, hipertecnificado y globalizado, Internet es el mundo perfecto para educar a individuos que creen vivir en comunidades concebidas como materialidades de su “yo interior”. El mayor espacio público actual es el espacio de los internautas, que genera solipsistas comunitarios (valga la paradoja) retroalimentándose de su “mundo interior” mediante cámaras de eco, filtros burbuja y sesgos de confirmación. El antropólogo Manuel Delgado escribe en El espacio público como ideología: “Una de las figuras predilectas para ese individualismo comunitarista o de ese comunitarismo individualista, basado en la sintonía sobrevenida entre sujetos, es la de la red, lo que no es casual, pensando en la sociabilidad que propicia Internet, paradigma de relación reticular, paraíso donde se ha podido hacer palpable por fin la utopía de una sociedad de individuos desanclados y sin cuerpo, en un universo de instantaneidades”. Dos de las características fundamentales del juego cibernético-internauta son su falta de corporeidad, su inmaterialidad; y su instantaneidad, su inmediatez en busca de cualquier “información” o dato. Estas propiedades confieren un gran poder aglutinador que enlaza al homo economicus con el homo ciberneticus en un tipo muy particular de fe, mediante la cual articula, desarrolla y moraliza los comportamientos y emociones de todos los usuarios. Con esta nueva fe ¿qué tipo de interioridad (si acaso existe) se proyecta hoy?

Al principio de La experiencia interior en Crítica de la servidumbre dogmática (y del misticismo) Georges Bataille expone: “Entiendo por experiencia interior lo que habitualmente se llama «experiencia mística»: los estados de éxtasis, de arrobamiento, cuando menos de emoción meditada. Pero pienso menos en la experiencia confesional, a la que ha habido que atenerse hasta ahora, que en una experiencia desnuda, libre de ligaduras, incluso de origen, con cualquier confesión. Por esta razón no me gusta la palabra místico. No me gustan tampoco las definiciones estrechas. La experiencia interior responde a la necesidad en la que me encuentro -y conmigo, la existencia humana- al ponerlo todo en tela de juicio (en cuestión) sin reposo admisible. Esta necesidad funcionaba pese a las creencias religiosas; pero tiene consecuencias tanto más completas cuando no se tienen tales creencias. Las presuposiciones dogmáticas han dado límites indebidos a la experiencia: el que sabe ya, no puede ir más allá de un horizonte conocido. He querido que la experiencia condujese a donde ella misma llevase, no llevarla a algún fin dado de antemano. Y adelanto que no lleva a ningún puerto (sino a un lugar de perdición, de sinsentido). La experiencia no revela nada, y no puede ni fundar la creencia ni partir de ella. La experiencia es la puesta en cuestión (puesta a prueba), en la fiebre y la angustia, de lo que un hombre sabe por el hecho de existir”. La interioridad de la que habla Bataille posee esa crítica al sujeto como mecanismo de violencia sobre la realidad, y artefacto al servicio de la sumisión que arranca en Nietzsche, y que desenmascara tanto al mismo sujeto como a su génesis moral de la conciencia. Esta interioridad es dionisíaca, hay que vivirla, es intempestiva y valiente.

La “interioridad” que se cultiva hoy está atrofiada, es oportunista y cobarde. Al contrario de la propuesta de Bataille hoy predomina la confesión, lo patético lacrimógeno, el docudrama. La bulimia cultural invade el “mundo interior”: atracones de series, pelis, textículos (absténganse libros completos que no hay tiempo que perder ni palabras que entender)… para luego vomitarlo todo y en semanas (días u horas) no recordar nada de lo visto o leído. Un culto al “yo interior” que se resume en la voracidad repentina, la incapacidad de filtrar y la productividad por la productividad misma. Todo esto produce un “mundo interior” apto (incluso notable para el sujeto en cuestión), ridículo y bipolar. En la era cibernética un individuo puede ser prosumidor, esto es, productor y consumidor al mismo tiempo. Puede “crear” productos de consumo en Internet: blogs, textos, podcasts, vídeos, canciones, terapias, charlas, etc. y al mismo tiempo suele consumir toda la sobreinformación de la Red. Gracias al creativismo (ideología propia del turbocapitalismo cibernético) esta bipolaridad hiperproductiva es bastante común. Un ejemplo claro es la proliferación de millones de “creadores de contenido”, término que da, en el mejor de los casos, risa. Demiurgos que crean su propio contenido (¿de la nada?). Sólo necesitan tener algo de pasta e ideas ¿originales? Emprendedores de nuevo cuño hechos a sí mismos. El “yo interior” que debe sí o sí encontrar una rentabilidad, una utilidad en todo lo que hace. Un “yo interior” que no conoce el placer a secas, el placer de lo inútil. Decía Eugène Ionesco: “Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte”. Nuccio Ordine escribe en su maravilloso libro La utilidad de lo inútil: “En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”. ¿Qué tipo de “interioridad” cultiva un utilitarista en nuestro presente abocado a la volubilidad y la bipolaridad?

Como señala el psiquiatra Darian Leader en su libro Estrictamente bipolar: “El diagnóstico que en otro momento se aplicó a menos del 1% de la población se ha elevado de forma espectacular, pues se calcula que casi el 25% de los estadounidenses padece alguna forma de bipolaridad. La medicación para estabilizar el estado de ánimo se prescribe de manera rutinaria tanto a adultos como a niños, con un incremento del 400% en las recetas para niños y del 4000% en el diagnóstico global desde mediados de los años noventa. Actualmente, la pregunta no es ya: «¿Eres bipolar?», sino, más bien: «¿Qué forma de bipolaridad es la tuya?»”. Vayamos un pelín más allá: ¿Es la bipolaridad lo que constituye nuestro “mundo interior”? Los libros y las terapias de autoayuda fomentan las ideas de autoestima, de confianza en uno mismo y de bienestar intensificado. Nada es imposible; debemos hacer realidad nuestros sueños. Y si el síntoma capital de la manía se definió en otro tiempo como el intento compulsivo de conectar con otros seres humanos, actualmente esto es casi una obligación: si no estás activo en redes sociales, no te mueves por los círculos adecuados o no haces networking algo debe andar mal en ti. Lo que en otro tiempo eran signos clínicos de psicosis maníaco-depresiva, se han convertido ahora en el objetivo de las terapias y del aprendizaje para alcanzar el éxito. Se favorece el desajuste del sistema nervioso. El marchante de arte Andy Behrman documenta en Electroboy: diario de una manía las espirales maníaco-depresivas de una mente que está inundada de ideas y necesidades rápidamente cambiantes: “Mi cabeza atestada de colores vibrantes, imágenes salvajes, pensamientos extravagantes, detalles penetrantes, códigos secretos, símbolos y lenguajes extraños. Quiero devorarlo todo: fiestas, gentes, libros, músicas, series, pelis, arte…”. Este es un buen ejemplo del “mundo interior” actual: el empacho, la posterior vomitona, la falta de reflexión, el infantilismo glotón, querer abarcarlo todo, sin tamiz, sin juicio, es decir: garrulismo ilustrado. Este garrulismo hay que pulirlo, necesitamos enmascararlo, hay que disfrazarse intelectualmente. Pero esta máscara no es sólo cara al exterior, también es una máscara interior que no moldea ni falsea el “rostro interno”, sino que lo protege y le da lustre para poder exhibirlo ante los demás y especialmente ante uno mismo, decorando así el hogar y corazón de la intimidad puritana capitalista: el autoengaño.

Durante su frustrante predicación en Asia Menor san Pablo estuvo a punto de sufrir martirio en Éfeso. A los efesios es el célebre título de la epístola que escribió por alusión a las penalidades que pasó allí. Desde el siglo XVI se empleó ad Efesios como locución adverbial con el significado de “inútilmente, disparatadamente”, haciendo referencia a lo improductivo de la predicación de san Pablo. Poco después comenzó a utilizarse en este mismo contexto el sustantivo adefesio en el sentido de “despropósito o disparate”. Fue en la segunda mitad del siglo XVIII cuando adefesio tomó su significado mayoritario actual, aplicado sobre todo a “personas ridículas o de gran fealdad”. En el lenguaje cotidiano una persona va hecha un adefesio cuando lleva una pinta estrafalaria. ¿Cómo podemos definir hoy adefesio? Siguiendo su etimología podríamos hablar de alguien inútil, disparatado, ridículo, improductivo… Esta definición se opone a lo que el neoliberalismo capitalista propone como forma ideológica vital: productividad, utilitarismo, abundancia, raciocinio… Por lo tanto un adefesio servil y sumiso debe enmascarar su condición a través de la impostura, pero no de manera superficial o exterior, sino interna e íntimamente: el autoengaño debe fundirse con la impostura, de tal manera que el adefesio se transforme en alguien distinguido e ilustre, en términos nietzscheanos el dionisíaco se transmuta en apolíneo. La transformación es tal que el adefesio se ve, se piensa y se contempla a sí mismo como un nuevo aristócrata, sin tan siquiera recordar su condición de adefesio. Es una conversión mística y devota. La impostura del adefesio en el plano intelectual es el paradigma de la cultura cibernética cambiante, bipolar y caprichosa: interacciones rápidas, mecanismos audiovisuales breves, textos de no más de cinco páginas, atención, interés y análisis de no más de cinco años mentales. Todo debe ser digerible, claro, inmediato, resumido y, a ser posible, emocional (que llegue muy dentro del corazoncito). El adefesio impostor se estimula transmitiendo sus logros y generando cada vez más productos derivados de su propia identidad. Su experiencia está formada por cambios repentinos y frecuentes (cuantos más mejor) que provocan el ensimismamiento de su burbuja personal. El “yo interior” del adefesio impostor y su culto debe propagarse en el espacio virtual, audiovisual y baboso de la Red, donde su inmaterialidad e inmediatez da la sensación de pertenecer a un mundo nómada en constante cambio y regeneración. Pero en realidad lo que se impone es la estasis de una “interioridad” estancada en sí misma que huele, cada vez más, a podrido: el “yo interior” tiene gangrena. Y si se amputa su interior el adefesio impostor se petrifica, puesto que no conoce más mundo que el suyo, su mirada no ha ido nunca más allá de sí misma.

En la obra de teatro de Alberti El Adefesio la protagonista Gorgo es simultáneamente victimaria y víctima, con un carácter autoritario, irascible y agresivo. Gorgo coincide bastante con el personaje de Bernarda Alba, ambas obras hablan de las mismas obsesiones: guardarse de la opinión ajena, evitar el escándalo que sería una mácula para el orgullo individual (ampliado a la familia como trauma siniestro freudiano), esto es, la oposición de las pasiones vulnerables (la fuerza de lo íntimo, lo “interior”) a la hipocresía codificada (la fuerza de lo social, lo “exterior”). El nombre de Gorgo remite a las Gorgonas: Esteno, Euríale y la Medusa. Sólo la última fue humana y convertía en piedra a quien la contemplara, pero a su vez ella misma se convirtió en piedra cuando fue encarada a su propia mirada una vez que Perseo le cortó la cabeza. En la obra de Alberti Gorgo se mira a sí misma a través de los ojos de los demás: “Yo no soy más que un monstruo, una pobre furia caída, un adefesio”. Cuando observamos con calado y madurez nuestro “mundo interior”, la imagen reflejada es un compendio de la mirada interna y externa. La dialéctica entre estas dos miradas conforma la complejidad de lo que somos. El ensimismamiento en la mirada interior nos petrifica y nos aleja de los demás. Ana Carrasco Conde lo advierte en el prefacio de su magnífico libro Decir el mal. La destrucción del nosotros: “El problema de la Gorgona no es que ella te mire, sino que tú la mires de tal modo que te conviertas en piedra, que te insensibilices, que tu mirada sea la que se torne fría y distanciada. Para evitar la petrificación no se trata de dejar de mirar, ni de escudarse tras explicaciones edificantes utilizadas al modo del reluciente escudo de Perseo, que, parapetado tras él, empleó para encararse a la Gorgona, sino de aprender a mirar de un modo tal que el corazón no se convierta en piedra”. Tenemos que aprender a mirar de otra manera a los otros y a nosotros mismos.

In Google we trust. Estamos sometidos a la construcción de falsas necesidades o deficiencias respecto de las cuales las nuevas mercancías son la solución esencial. En este sentido el uso infantil y profundamente garrulo que se hace de la Inteligencia Artificial es un claro ejemplo de la absoluta insignificancia del batiburrillo cultural actual. Pildoritas, simplificaciones, recopilaciones y síntesis algorítmicas de lo sintético. Con este caldo de cultivo hay quien piensa que se puede promover la potencialidad crítica con una euforia impostada pensando en líneas de fuga inexistentes. Recordemos lo que exponían Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en su librazo La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia: “El tamaño crítico es tanto más grande y la fluctuación desestabilizante tanto más rara cuanto mayor es la difusión que une todas las regiones del sistema —y en particular, la región fluctuante con su entorno—. En otras palabras, cuanto mayor sea la velocidad de comunicación dentro del sistema, mayor será el porcentaje de fluctuaciones insignificantes que son incapaces de cambiar el estado del sistema, por lo tanto mayor será la estabilidad del sistema. ¿Cómo puede entenderse este concepto de tamaño crítico? Es la consecuencia del hecho de que el «mundo exterior», el entorno de la región fluctuante, siempre tiende a amortiguar las fluctuaciones. Estas últimas serán entonces o destruidas o amplificadas, según la efectividad de las comunicaciones entre la región fluctuante y el mundo externo”. El tamaño crítico de las supuestas resistencias al sistema es descomunalmente insignificante. El medio cibernético genera la “interioridad” individualista, controlada por el “mundo exterior”, que jamás será relevante salvo para uno mismo en su mismidad: el idiota perfecto. Jonathan Crary lo ve claro en su libro 24/7: El capitalismo al asalto del sueño: “Si las redes no están al servicio de las relaciones sociales existentes, forjadas a partir de la experiencia compartida y la proximidad, siempre reproducen y refuerzan la separación, la opacidad, el disimulo y el interés individual que es inherente a su uso. Cualquier turbulencia social cuyas fuentes principales sean el uso de las plataformas electrónicas y los medios sociales será inevitablemente efímera e intrascendente”. La interacción entre Interioridad Atrofiada, Impostura del Adefesio e Inteligencia Artificial es un juego de suma cero (para quien tenga una mente matemático-algorítmica: IA + IA + IA = 0). Es la fórmula perfecta del sagrado vacío.

En La idea fija Paul Valéry decía aquello de “la piel es lo más profundo que hay en el hombre”, este pasaje es formidable: “¿Profundo? Mucho me temo que nos estemos haciendo demasiadas ilusiones en los intentos que hacemos por calar hondo… Unos creen penetrar en las capas primarias de su existencia… Generalmente buscan fósiles obscenos. Otros imaginan que de este modo se aproximan a… lo que son. A costa de una contención y de una especie de… negación exterior muy penosa… No comprenden que se limitan a infligirse una deformación particular… Intentan acomodar la sensibilidad de su consciencia a no sé qué visión trastornada, a las cosas sin llegar a… En resumidas cuentas, puede que haya profundidades accesibles (pero lo que encontramos no merece la pena del descenso) y profundidades insondables… Incluso si nos pudiéramos arriesgar y percibiéramos algo, no comprenderíamos nada de lo que hallaríamos”. Para Valéry, la humanidad se reduce a la piel y la conciencia: más allá de eso no hay sino la maquinaria fisiológica. Por sí sola la piel no protege lo suficiente, tenemos que cubrirla con otras pieles. No somos autónomos, no podemos completarnos de manera “natural”. Necesitamos apoyos. Uno de ellos es la técnica que ejecuta lo que la “naturaleza” parece haber desatendido. Pero no debemos confundir técnica con arte. La técnica se apropia de sus producciones, el arte produce modos de desapropiación. El arte designa la alteridad de la naturaleza recreando indefinidamente las formas, los ritmos, los acentos de un mundo que precisamente no remitiría a sí mismo, sino que se abriría a una alteridad insondable. Hoy esa apertura se confunde con la autoproducción técnica de una “mismidad” en la que desaparece toda diferencia y, por tanto, toda relación (tanto consigo como con el otro). El Arte es los Otros. La conciencia es plural. Debemos salir de la interioridad atrofiada, del embelesamiento idiotizante, tenemos que reclamar nuestra condición de adefesios dionisíacos, ser intempestivos, abrir nuestras conciencias en sentido comunitario. No hay una interioridad en sí sino para sí. La interioridad es exterioridad. Como decía Rimbaud: “Yo es otro”, donde el Yo se da otras vidas, en permanente regeneración, compartiendo principio y fin sin principio ni final. Sin unidad. En espiral. El enorme Artista Martín Chirino decía: “Una espiral es el principio y el fin: hacia adelante y hacia atrás es lo mismo. Es el principio de la vida y lo otro: sus puntos suspensivos. No sé dónde empieza una obra y dónde acaba, y eso es la espiral. Y claro, la espiral ocupa el vértice de mi recorrido, con su centro siempre abierto a cualquier derivación. Es el vértice central de los antagonismos, las contradicciones, las dudas… Es geometría, con un centro perpetuamente escindido, entre la tensión y la distensión, lo sólido y lo vacuo; un centro precintado pero infinito… Y en resumidas cuentas, la espiral es el dos, el ir y el volver… Cuando abordo una espiral sé siempre que estoy con dos, o con el dos… Personalmente, no entiendo la unidad, no la comparto”. ¡Amén!

* Gracias a Carol por su inestimable ayuda en la corrección y revisión de este texto


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